FANFIC: Nuestro Hogar Secreto
Escribir significa mucho para mí: cuando comienzo a teclear letras para formar palabras, con ellas frases, párrafos, historias, soy libre de alguna manera. Siento que puedo ser valiente, decidida, atrevida; puedo estar inmensamente triste o feliz en un par de hojas. Aquí me encuentro, respiro y vivo. Amo contar historias.
Todo comenzó con mi abuelo, quien desde niñas nos contaba relatos entretenidos, cuentos mágicos y decisiones difíciles que complicaban la vida de los personajes, siempre con una moraleja. Lo hacía con tanto amor, mirándonos a los ojos. Amaba escucharlo. Quería, algún día, tener ese don de hacer que la gente se sumerja en cada historia de principio a fin, con entusiasmo y sin parpadear.
Y aquí estoy, buscando un sueño, tratando de hacer lo que más amo: encontrar una identidad propia al escribir. Hoy quiero seguir compartiendo algunas cosas que hice hace un tiempo. El fanfic me ha ayudado a empezar a caminar en este mundo de la escritura. Quiero seguir escribiendo y dedicarle tiempo y pasión a esto, que es más que un hobby: es mi estado de libertad.
Espero que les guste esta historia de aventura y amor, con dos de mis personajes favoritos de la Alta República, Avar Kriss y Elzar Mann, tanto como a mí al escribirla.
Y como dije al compartir Memorias de un secuestro: La niña de los cabellos de lava:
"Si te gusta escribir, solo hazlo, no lo intentes; seguro harás de la galaxia un lugar repleto de historias."
Nuestro Hogar Secreto
Capítulo I: Te extraño
El día anterior, Elzar partió a una misión muy riesgosa. Por esa razón, Avar estaba con los nervios de punta, tratando infructuosamente de cumplir con su rutina diaria. Ni siquiera el buen consejo del maestro Yoda —"hazlo, no lo intentes"— era útil en ese momento. Se levantó al alba, como siempre, desayunó poco y comenzó a entrenar, aunque después de verlo partir, con la preocupación y la falta de sueño, todo le costaría más.
Mientras recibía una paliza por parte de Orla, iba recordando la despedida. No le importaba demasiado si alguien preguntaba el motivo de su distracción. Mentiría. Le estaba mintiendo a todos. Ni siquiera era importante ganar esta vez, solo deseaba verlo ahí, con ella. ¿Por qué tenía que irse ahora, justo cuando se estaban conociendo de otra manera?
A veces se preguntaba si sus maestros sabían del romance y querían alejarlos, como ya lo habían hecho con Orla y Sskeer. Aunque Orla parecía haberlo aceptado, sentía que algo en su interior se quebró. Ya no era la padawan obediente de siempre; en estos meses cuestionaba prácticamente todo lo que le impartían. Se la veía triste, como si, de alguna manera, ya no encajara ahí: en el templo, en la orden, en el camino Jedi.
Orla aprovechaba cada instante de distracción para hacer que Avar chocara estrepitosamente contra el piso de entrenamiento. Esto iba a doler más tarde.
—¿Seguirás todo el día perdiendo?
—No, no creas que será así.
—¿Te pasa algo? ¿Te puedo ayudar?
—Estoy bien. Solo me preocupo por nuestros compañeros.
—¿Por Elzar?
—No, no… No solo por él.
—No te apenes. Está bien preocuparse por quienes uno aprecia, quiere o son especiales.
—Sí, son nuestros amigos. Elzar es… es una de las personas que más quiero aquí. Sabes que él y Stellan son mis chicos.
—Sí… Sé lo especiales que son para ti, sobre todo Elzar. Pasan tiempo juntos.
—No entiendo a dónde quieres llegar. ¿Tiempo juntos?
Mantenían distancia, esperando que una de las dos atacara. Avar cambió su mirada gentil, pero cansada, por una más hostil hacia Orla.
—No estoy juzgando. Soy la menos indicada para hacerlo. Tú sabes lo que Sskeer es para mí.
Avar pretendió no escuchar esas palabras. Salió de su posición defensiva y comenzó a marcharse.
—Bueno, siempre es un gusto charlar contigo, Orla, pero debo irme a meditar, darme un baño y descansar —dijo, dando media vuelta hacia la salida.
—Está bien. No pretendía incomodarte, solo quería hacerte saber que aquí estoy para charlar. No siempre es bueno callar lo que sientes —suspiró profundamente antes de volver a hablar—. Lo sé porque, en mi interior, hay un vacío enorme. No todo lo que pasa aquí está bien, Avar. No puedes dejar de sentir.
¿Por qué Orla estaba haciendo esta escena? Kriss se marchó en silencio. Aunque pensó en abrazarla, no quería que el resto de la sala prestara atención a esta conversación. Nadie debía saberlo.
Ingresó a su habitación, sacó de debajo de su cama un abrigo negro y ropa cómoda, de esas que cualquier persona de la galaxia podría usar, no una túnica Jedi. Salió rápidamente del templo y, usando la Fuerza, buscó huir por los sitios donde nadie pudiera detectarla ni impedir su salida. Necesitaba estar a solas.
Comenzó a correr como si escapara de un gran peligro, como un enorme gundark hambriento. Eso hacía que su mente quedara en blanco; sentía solo su corazón latir. El entrenamiento Jedi ayudaba a resistir, y la velocidad de sus piernas le permitía alejarse de los problemas.
No se dio cuenta de cuánto tiempo había corrido. No planificó ir a ningún lado. Le importaba muy poco el rumbo a seguir, solo quería ir lejos, quizás acercarse a los límites de Coruscant para sentirlo más cerca. Por algún motivo que no comprendía, necesitaba correr. Estas son las cosas por las que ella no quería enamorarse así. El amor era lindo, le daba las mejores canciones a su vida, pero también podía ser cruel. Se sentía simplemente a la deriva.
Capítulo II: Despedida
El encuentro fue en el salón principal del templo, que, afortunadamente, estaba vacío. Se despidieron tomados de las manos y mirándose a los ojos, con un beso rápido muy cercano a los labios. El mundo se detuvo en ese instante. El momento fue fugaz: él se marchó hacia la bahía de aterrizaje y ella subió las escaleras para ubicarse en una de las enormes ventanas, desde donde lo observó partir.
Ahí conectaron sus mentes desde la distancia, lo que hizo que Avar notara sus nervios, aunque Elzar quisiera demostrar lo contrario.
Para Elzar, ya era imposible no temer. Ahora que la tenía en su vida, ya no estaba solo. Quería protegerla, incluso si eso significaba con su vida. Estaba angustiado por tener que despedirse de Avar, y cada misión que realizaban por separado significaba la posibilidad de morir lejos de ella o, aún peor, no estar presente en su último aliento. No poder tomarle la mano cuando Avar dejara esta galaxia. Cada vez que pensaba en ello, se volvía insoportable; no podía respirar. Sentía que las olas más furiosas lo hundían en un mar profundo.
Antes de abordar, la miró e hizo una de esas sonrisas que tanto Avar amaba: un gesto sutil que apenas mostraba su dentadura. De alguna forma, ella llegó a verlo como si estuviera a unos metros. Sus ojos tenían esa transparencia que hacía real al hombre dulce, amable y leal que era para ella. Pero hoy estaban tan llenos de angustia y miedo. Todo parecía irreal para alguien como él.
Avar creía conocerlo. Llevaban años de amistad y meses como dos aventureros de lo prohibido. Solo quería que estuviera bien, que la Fuerza lo protegiera para volver a casa, junto a ella. Sabía que solo les quedaba escaso tiempo por delante, y quería aprovechar segundo tras segundo.
Elzar abordó la nave. Avar lo perdió de vista mientras esta dejaba Coruscant. Pero, aunque cada vez se alejaba de ella, podía sentirlo cerca. Ahí estaba la persona que la hacía sentir como ninguna otra: en la Fuerza, cantando a su corazón herido por la distancia física.
Avar estaba ahí. Él la sentía, estaba conectado a ella de una manera que no podía comprender. Eso le gustaba, pero también lo aterraba de una forma terrible. Sentía que estaban destinados a estar juntos, que el tiempo le daría la razón. Aunque llegara el momento de separarse para ser responsables con su deber Jedi, sabía que ella, algún día, tomaría su mano y caminarían juntos en una vida pacífica y privada. Lo deseaba con todo su ser. Ojalá la Fuerza pudiera entender que su alma ya estaba corrompida por el amor más puro, incluso más que el de ella.
Capítulo III: Misión para volver a casa (Parte I)
Después de días de viaje hiperespacial, yendo a varios lugares para dejar provisiones en templos más pequeños como Eiram, la comitiva Jedi de Elzar llegó a su destino para reunirse con las autoridades gubernamentales de Devaron y Corellia. Los convocaron con el fin de intervenir en un conflicto comercial entre ambas partes. Uno que pasó de la diplomacia a la batalla espacial, debido a un incidente con pérdidas de vidas devaronianas.
El gobierno de la Alta República estaba interviniendo en conflictos que no solían ser de su incumbencia, a través de la Orden Jedi. Y allí estaba Elzar, su maestro Roland Quarry, con un contingente de Jedi, diplomáticos desconocidos y exuberantes. Como todos los políticos, creía Mann, la humildad no era algo visible en ellos. Hasta sus vestimentas eran ostentosas y miraban a todos como si estuvieran sobre un trono en la cima del monte Tantis.
En la reunión con el representante corelliano Thibbivo Solok y los Jedi, Joka’sai’Ulrahk, gobernante de los devaronianos, exigía a los corellianos la rendición inmediata, además de la inminente partida de la espina comercial devaroniana. Ella aseguraba que no iba a permitir que algo iniciado por ellos —algo que su pueblo había ayudado a fundar— portara el nombre de su más reciente enemigo. Tampoco dejaría que la muerte de su compañero quedara impune, después de que una nave corelliana acabara con su vida y la de aquellos hermanos que lo acompañaban. A pesar de su fortaleza e integridad habitual, sus ojos negros y profundos se veían algo vidriosos por las circunstancias.
—No aceptaré otros términos. Quiero verlos rendirse, y quiero al culpable que acabó con la vida de nuestros hombres.
—El responsable fue encarcelado y está bajo custodia del gobierno corelliano. Es parte de nuestro pueblo y, como tal, será condenado según nuestras leyes.
—¿Y cuáles son los cargos? ¿Cuál es la pena y cuántos años pasará en una prisión? Debe ser ejecutado por lo que hizo. Sin piedad.
—Primero, será condenado por alterar la paz pública y romper los convenios de cooperación entre nuestros pueblos. La pena por el hecho es de diez años de trabajo forzado, y la imposibilidad de salir del planeta durante veinte años. No es un acto que se pague con la muerte.
—¿Asesinar a más de veinte seres no es un acto que se pague con la muerte, para usted? Yo exijo la entrega inminente de Garh Solok para que sea condenado por los crímenes según nuestras leyes, o el conflicto seguirá hasta las últimas consecuencias. No descansaré si es necesario para cumplir con lo que corresponde. Vida por vida, dolor por dolor. Así debe ser.
—No será así.
—Ustedes protegen a un miembro de una familia importante. Si fuera un don nadie ya lo hubieran entregado. Una vida no tiene el precio de todo un pueblo. Él no lo vale, aunque sea su hijo. Usted no ama a su pueblo si antepone a su familia.
—¿No es lo que está haciendo usted, con el debido respeto, anteponer a su cónyuge muerto? Seguir con estas acciones bélicas llevará a nuestros pueblos a la extinción.
—No es lo mismo. No me tome por poco inteligente. Una nave completa con veinte tripulantes fue pulverizada por su protegido y heredero. No es solo por mi pareja; es por la memoria de un pueblo y su honor. No es venganza, es justicia. Y usted me la está negando para proteger a su hijo malcriado e irresponsable, que asesinó a nuestros hombres. Se acabó la discusión y mi paciencia. Seguimos en guerra.
Elzar miró a su maestro, que permanecía en silencio. Tenía ganas de intervenir, pero sabía que eso no era lo correcto. Retrocedió un paso y bajó la mirada. En ese instante, quizás como estrategia para no hablar, sus pensamientos se fueron a Coruscant con Avar. Sentimientos preocupantes, parecidos a una ola, golpearon su pecho con fuerza.
—Avar... —dijo sin querer, en medio de la reunión. Por suerte, solo su maestro volteó a mirarlo.
—Estimados —dijo el maestro Jedi—, nos han pedido nuestro consejo, y creo que es una situación más compleja de lo esperado. Cuando llegamos aquí, nos habían informado que era una cuestión de intereses, límites geográficos, problemas diplomáticos... pero esto es más profundo, y un simple consejo no servirá para solucionar nada. Además, creo que supera la sabiduría de un Jedi. Nosotros nos alejamos de nuestras familias desde niños para servir a la galaxia. Y ustedes están en un conflicto que trae consigo sentimientos dolorosos sobre hechos concretos que involucran a sus familias. Podemos encontrar una posible solución, solo si observan más allá de su dolor.
—Yo no pedí su consejo, con todo respeto, maestro Jedi. Usted vino por el llamado de mi enemigo, y su sabiduría no es requerida por mí. Solo quiero justicia. ¿Lo puede entender? Él no me permite tenerla.
Elzar se acercó en silencio. Apoyó su mano en el hombro izquierdo de Joka; así sintió el dolor en sus palabras, vio difusamente la reacción al enterarse del evento, y percibió dos latidos en su vientre. La Fuerza fluyó sobre ella, en cada milímetro de su ser.
Para sorpresa de todos, Joka no lo rechazó. Por el contrario, indicó con sus manos que los demás dejaran el sitio, incluso el maestro. Cuando quedaron solos, se dejó caer suavemente en su majestuoso trono. Elzar siguió en silencio, mientras ella cerraba los ojos. De alguna manera, la brujería del Jedi la hacía sentir mejor.
—Gracias —le dijo Joka—. Gracias, padawan Jedi.
—Puede decirme Elzar.
—Gracias, Elzar. Tú fuiste el único ser en esta habitación que entendió mi sufrimiento. Y viste algo que el resto desconoce. ¿Es cierto, joven?
Elzar parecía confundido. ¿Cómo supo ella eso?
—Bueno, Tardu’sai’Allok, mi difunto esposo, y yo pronto íbamos a anunciarlo, siguiendo las costumbres. Pero todo eso cambió con el ataque al transporte donde iba... —Tocó su vientre con la mano derecha—. No lo entenderías, Jedi. Ustedes no tienen tiempo para cosas como el amor.
Por un instante, quería contarle que él estaba perdidamente enamorado. No solo eso: su amor había sido consumado más de una vez. Quitó de su mente esos pensamientos. No quería dar más pistas sobre el tema.
—Quizás no lo entienda de esa manera —dijo Joka. En ese instante, ella lo supo.
—¿Era posible que lo hubiera descubierto?—Se preguntó Elzar.
—Mmmmmm, creo que sí me entiendes... más de lo que pensaba. Tenía una idea bastante distinta de ustedes, los Jedi —pareció reflexionar sobre sus palabras.
Lo había atrapado, al darse cuenta de sus sentimientos. Sin embargo, no lo aterraba tanto como pensaba. Era una desconocida con sus propios problemas, y no tendría necesidad de indagar en uno más. Quizás solo sabría que no eran tan diferentes después de todo.
—Bueno, solo quiero decirle que estoy aquí para ayudarla. Necesito resolver todo esto cuanto antes, como usted.
—¿En serio, padawan Jedi?
—Sí, quiero volver a casa, con alguien especial. Pero no lo haré sin antes ayudar genuinamente.
—Bueno… ¿Quieres ayudarme? Tráeme al asesino para juzgarlo por sus crímenes, y así esto acabará pronto.
—Sabe usted que no puedo hacer eso. Pero puedo ayudarla a encontrar un término medio entre lo que usted pide y lo que el padre del acusado está dispuesto a hacer.
Su cara parecía ensombrecer más.
—¿Término medio? ¿Crees que soy una primate de las montañas de Devaron?
—No, no es mi intención hacerla sentir así. Solo busco la manera de ayudarla.
—¿Cuál sería ese término medio para ti, aprendiz de Jedi?
—Primero, quisiera que nos permitiera hablar con Garh. Necesito saber por qué tomó esa decisión.
—Tú estás jugando con el límite de mi paciencia, ¿te das cuenta?
—Lo sé. Solo déjeme explicarle. Deme unos segundos más, por favor.
—Los tienes…
—No estoy justificando su actuar. Terminó con la vida de veinte seres. Solo quiero entender por qué.
—¿Y eso hará que mi pueblo tenga justicia y yo me sienta mejor?
—No... En realidad, no lo sé. Mi maestro me ha enseñado que, para ser justos, debemos tener todas las partes de la historia. Por eso debemos escuchar lo que la Fuerza nos diga al estar en el lugar del hecho, al ver a cada uno de los actores y hablar con ellos.
—¿Y qué hay de las voces que fueron calladas? ¿Tú las escucharás? —Se llevó la mano al vientre otra vez—. Tú no puedes contactarte con aquellos que ya no están, niño.
—Yo no, pero mi maestro sí. De alguna manera, sí. Él puede unir esas piezas yendo al lugar de los hechos, y hablando con quienes lo protagonizaron. Dice que puede ver algunas cosas y escuchar lo que dijeron al momento en que todo sucedió.
Ella lo miró perpleja. Sabía que los Jedi tenían poderes que muchos no podían comprender, pero eso parecía algo imposible.
—¿Tú estás diciendo que él puede saber lo que sucedió, aunque ya no estén para decírselo?
—¡Sí! —Él se dio cuenta de que acababa de prometer algo sin consultarle a su maestro. Algo que seguramente se negaría a hacer, ya que son cosas no bien vistas en la Orden. ¿Qué pondrían en el reporte? Solo que investigaron, hablaron con testigos y fueron intermediarios para buscar un acuerdo entre ambos sectores.
—Entonces —dijo la gobernante con determinación—, tú convencerás a tu maestro de averiguar lo que pasó. Luego me dirán todo lo que averigüen. Si eso me trae, aunque sea un ápice de tranquilidad, aceptaré los términos propuestos, siempre y cuando pueda vigilar de cerca su cumplimiento. Será el castigo que él propone, pero en mis tierras. Tendrá, además, la garantía de mi palabra sobre la custodia del prisionero, para que cumpla su condena. Pero, aun así, ha llegado el fin de nuestra sociedad comercial. Cada uno cuidará de los suyos, cada uno tributará en sus tierras. Es justo: sin guerra, con paz, pero no seremos cooperativos jamás.
Elzar respondió con nervios:
—Así será. Déjeme hablar con mi maestro y mañana le diré cómo procederemos.
—Puedes irte, joven aprendiz de Jedi. Te esperaré a ti y a tu maestro mañana, a primera hora.
Se retiró molesto consigo mismo por prometer algo que dependía de alguien más. No sabía si iba a convencer a su maestro. Salió de la reunión sin poder mirar a su superior a los ojos. El gobernante corelliano fue el primero en acercarse a preguntar.
—Oye, ¿qué te dijo? ¿Acepta los términos? —le expresó el representante corelliano.
—Aún no. ¿Me permite, por favor, hablar con mi maestro a solas?
—Ustedes los Jedi siempre tienden a complicar las cosas antes de resolverlas. Adelante.
—Gracias, señor.
Elzar observó a Quarry. Estaba en suma tranquilidad. Era el momento de decirle lo sucedido, esperar toda su comprensión y colaboración posible... o fallaría monumentalmente.
Capítulo IV: El tiempo es oro y el hogar un refugio
Avar había pasado los últimos días en piloto automático. Para empeorarlo todo, Orla se mantenía distante. Stellan no estaba en Coruscant y no tenía noticias de Elzar. Sumado a eso, había escuchado a su maestro hablar sobre una importante misión de la cual posiblemente se haría cargo, lo que significaba que ella debería acompañarlo. ¿Y si se marchaba antes de que Elzar regresara? Si todo se daba así, seguramente pasarían aún más tiempo separados. ¿Su maestro ya sabía sobre sus sentimientos y quería separarlos? ¿El tiempo fuera de Coruscant sería indefinido? ¿No vería a Elzar?
Todas esas preguntas rondaban en su mente. Esa noche, salió del templo tratando de que nadie la viera. Corrió alejándose del centro, descendió un par de niveles, y la oscuridad se mezclaba entre algunos carteles que ofrecían de todo: desde alimentos hasta compañía. Coruscant en las profundidades era aterrador, pero a la vez cálido. La gente allí luchaba día a día por sobrevivir. Entró en una taberna, empapada, sintiendo que toda la galaxia se ponía en su contra.
—Buenas noches —dijo una mujer alta, de piel morena y con los ojos más verdes que Avar había visto.
—Ehhh, hola. Soy Av... aa... Avnika —pensó en ese instante que socializar no se le daba bien, después de tantos años hablando prácticamente solo con Jedi.
—Sí, por favor, se lo agradezco... Un whisky corelliano —Quería aceptar la leche de bantha, era más de su perfil, pero estaba allí y sabía, por buena fuente (Elzar), que un buen trago siempre ayudaba en estos casos.
La mujer sirvió la bebida y continuó atendiendo a los clientes que llegaban sin parar. De vez en cuando, observaba a Avar y le sonreía. Un hombre se acercó a la padawan y puso su silla tan cerca que rozó su brazo. Con su mano derecha intentó tomarle un mechón de cabello. Pero, para su sorpresa, la joven le agarró la mano, la inclinó hacia abajo y el atrevido intruso dio con todo su rostro en el asiento de Avar. Sin siquiera pensarlo, ya estaba de pie, en posición defensiva, esperando las consecuencias de su accionar repentino. El hombre se levantó con varios dientes entre sus manos, sangre en la boca y en la nariz.
—¡Maldita mujer, te mataré! ¡Juro que me pagarás por esto! —Intentó sacar el bláster de su funda, pero no pudo ni siquiera tocarlo.
La mujer detrás de la barra arrojó sobre la nariz quebrada del sujeto un enorme bastón de beskar que lo noqueó instantáneamente.
—Krit, saca esa basura de mi bar. ¡Y va para todos ustedes, escorias de las profundidades, ratas womp! ¡No molesten a la niña o se las verán conmigo!
Avar sonrió e hizo un gesto de agradecimiento.
—Por lo visto te puedes defender, muchacha. Aun así, quise brindarte mi apoyo.
—Gracias, se lo agradezco. Y siento haberle causado problemas.
—Niña, tú no eres quien trajo problemas. Pero me preocupa que salgas a las calles oscuras a esta hora. Mi hermana y yo tenemos unos lindos departamentos cerca de aquí. Si quieres, puedes quedarte esta noche y volver donde sea que estés por la mañana.
Avar se quedó pensativa. La observó, esperando que la Fuerza le indicara —a través de una canción— las intenciones de la mujer. Pero su melodía era serena, calma, como si le cantara algo para meditar. Eso la tranquilizó, la hizo sentir más segura. Sin embargo, sabía que no podía quedarse mucho tiempo; se darían cuenta de su ausencia.
—Me temo que debo irme. No se preocupe, estaré bien —intentó poner su mejor sonrisa, una que inspirara confianza.
—No puedo obligarte, pero... ¿puedo contarte algo? —Y en esas palabras existía dolor.
—Sí, por supuesto —aunque dudaba querer saber lo que iba a escuchar.
—Tenía una hija. Trabajaba conmigo aquí —señaló la barra—. Ella era camarera, pero también estudiaba para convertirse en ingeniera. Era talentosa. Tajah lo era. Una noche no pude ir por ella. Su padre no llegó a tiempo por trabajo, mi hermana Gashi tenía muchos huéspedes ese día y aquí estaba repleto, todos vinieron a ver el festival del Día de la Vida. Tajah se demoró por quedarse con sus compañeros de universidad —de sus ojos brotaron lágrimas, las cuales secó con brusquedad.
Avar no sabía qué hacer. Nunca había tenido esa clase de conversación en su vida, ni siquiera con su familia, a la que no veía hacía años. Algo le decía que ellos también ocultaban los problemas, enterraban los conflictos en el olvido. Con el tiempo, llegó a preguntarse si realmente era por eso que mantenía en secreto su relación con Elzar o por las reglas claras de la Orden Jedi.
—Lo siento, Avnika. Han pasado varios años, pero aún no puedo evitar llorar por ella. Tajah volvía sola a casa. Dicen que fue atacada para robarle. Le dieron una golpiza tan terrible que, al final, la dejaron tirada. La volví a ver en un centro médico, sin vida. No podía creer que mi bella niña era ese ser inerte, casi irreconocible.
Avar no pudo evitar que ese dolor tan profundo la atravesara como una ópera trágica de muerte y desolación. Su corazón se encogió al sentir tanta pena.
—Lo siento, señora —su mirada era de una tristeza profunda—. Esta noche me quedaré —dijo, sin pensarlo, para luego arrepentirse casi de inmediato.
Se quedó un par de minutos más, hasta que la amable mujer dejó a los empleados terminar de limpiar y cerrar el bar. Las dos caminaron unas tres cuadras en línea recta, subieron para salir de los bajos mundos. Nunca se había dado cuenta de que estaba tan cerca de poder hacerlo. Llegaron rápidamente a un edificio enorme, con muchos departamentos pequeños y grises. La zona era mejor que la que acababa de dejar, pero no se asemejaba al centro galáctico donde se encontraba el templo. Sus pensamientos se esfumaron cuando Kavja le indicó que habían llegado.
—Aquí. Es un lugar humilde, pero de los mejores que encontrarás por la zona. Ya sabes, cerca de los bajos mundos las cosas no son tan lujosas como arriba, pero aquí aún tenemos corazón. Nos gustan las cosas simples para atesorar: comida sabrosa, buenos tragos y excelente compañía.
Avar solo sonrió y permaneció en silencio.
—Mi hermana exagera siempre —respondió Gashi—. Nuestra querida sobrina amaba a su madre más que a cualquier ser en esta vasta galaxia.
Hubo un silencio, hasta que la padawan decidió hablar:
—Hola, soy Avnika. Vengo de Aldhani —fue el primer lugar que se le ocurrió, ya que fue su última misión—. Kavja me invitó a quedarme aquí una noche, si no le molesta.
—Las amigas de mi hermana son más que bienvenidas. Ella no suele invitar a nadie, así que seguro eres una persona de bondad y confiable, para que esta buena lectora de seres te traiga conmigo.
Avar lo encontró extraño, pero no había indicios de alerta en la Fuerza, así que decidió confiar.
Kavja le tomó las manos, la abrazó —lo que sorprendió a la Jedi—, luego se alejó y saludó a ambas mujeres antes de decir:
—Es tarde. Debo dormir y las dos parecen agotadas. Mi hermana te indicará dónde puedes reposar hoy. ¡Que descanses, Avnika! ¡Ya sabes que siempre serás bienvenida!
Hujik le entregó una llave y le indicó cómo llegar a la habitación. Después de rechazar varias veces los créditos, expresó:
—A menos que quieras vivir un tiempo aquí, no puedo cobrarte por una noche. Solo descansa. Cuando te retires, deja la llave en recepción.
Al subir, se encontró con una puerta dorada que le recordó a un templo. La abrió. El departamento era pequeño pero acogedor. Estaba limpio. Solo tenía una cocina a la derecha, más adelante un sillón y una mesita. Pasando eso, la cama. Sobre ella, ropa de dormir. La tomó y fue al baño a darse una ducha refrescante. Salió más relajada, calmada y agotada.
En ese instante de paz, pensó en Elzar. Quería que estuviera bien, que volviera pronto a su lado. Necesitaba estar a solas con su ser más preciado y amarlo. Sin forzar esa idea, supo que ese sería un buen sitio para los dos. Nadie los conocía allí. Para las mujeres era Avnika. Para el resto del bajo Coruscant, una extraña que andaba sola por un bar, bebiendo y golpeando bruscamente a un hombre que intentó acosarla. Sin darse cuenta, se quedó dormida profundamente en esa reconfortante cama. Pero se programó a sí misma para despertar antes del amanecer. Debía volver al templo, y ojalá nadie notara su ausencia. Si era así, ya vería qué inventar. La mentira se estaba convirtiendo en moneda corriente en la vida de Avar últimamente.
Capitulo V: Misión para volver a Casa (parte II)
Elzar permanecía en silencio en la habitación asignada. La charla con su maestro no lo tranquilizó. No expresó descontento por la situación, ni tampoco lo feliz. Solo le dijo, que haría lo solicitado, para poder poner un manto de paz en estas tierras. Mann sabía, su maestro no lo pondría en su lugar en ese momento, porque siempre prioriza el presente. Ahora lo más importante era acabar con un conflicto que podría traer años de guerra, seguramente en Coruscant recibiría un sermón de aquellos. Intervino en una reunión importante en solitario. Habló en su nombre y prometió usar un don que no era bien visto por quien lo poseía y mucho menos puesto a prueba. Le falló y lo hizo por volver con Avar.
Elzar se despertó temprano, su maestro no estaba en la habitación. Salió apresurado pensando que se había quedado dormido.
—Padawan Mann, soy Fugh ́sai ́Ulrahk, asistente de Joka'sai'Ulrahk y su hermano. Me pidió que los acompañara en la entrevista.
—Un placer conocerlo.
—Padawan, vamos, nos espera la nave de nuestra anfitriona. No hay que perder más tiempo —dijo su maestro.
Elzar quería protestar, porque necesitaba comer algo, pero solo guardó silencio y caminó con rapidez hacia el grupo. En un par de minutos estaban en Corellia, cuando descendieron de la nave se toparon con una delegación de trece personas esperándolos.
—Bienvenido amigo devaroniano. Bienvenidos Jedis. Acompáñenme los llevaré con Garh Solok.
El edificio era metálico, con una arquitectura desconocida para Elzar, pero llamativa ante sus ojos. Ingresaron todos juntos, subieron unas escaleras enormes, luego se pararon ante un puesto de control. Ahí se identificaron con el encargado de la seguridad, él cual comprobó sus autorizaciones, les permitió ingresar al pasillo que los llevaría a la celda. En ese lugar se quedaron los emisarios locales dejando que los Jedi y el hermano de Joka entraran en la celda.
—Jedi, nunca pensé recibir tanta atención de su parte. Mi padre me pidió que hablara con ustedes, no quiere que aún lo deshonre más.
—No creo que eso sea posible —dijo Fugh—. Tú has roto años de paz y colaboración mutua. Asesinaste o diste la orden de asesinar a una comitiva nuestra donde iba el esposo de mi hermana y toda su tripulación. Nos has dejado a un paso de la guerra.
—Perdón asistente de la gobernante Fugh´sai´Ulrahk, pero creo que vinimos a hablar con él y si lo atacamos no conseguiremos entender lo sucedido —dijo el maestro Jedi—. ¿Qué sucedió?
—Solo hablaré con Joka, no les dije lo sucedido ni a los míos, ¿por qué les diría a ustedes?
—Si te llevo con mi hermana, ella tomará tu vida en el mismo instante en que te encuentres cerca.
—No lo hará, ella querrá saber lo sucedido y debo decirle las últimas palabras de su esposo.
—No te acercarás a mi hermana, ya has destruido muchas vidas de mi pueblo para acabar con nuestra guía.
—Si no hablo con ella no hablaré con nadie más.
Elzar, no quiso parecer indiscreto, pero interrumpió la conversación porque entendía que no llegarían a ningún acuerdo entre ellos dos.
—Perdón que hable sin su sugerencia, pero creo que podemos ayudar, dime en secreto lo que sucedió y te llevaremos con la gobernante Joka, pero antes iremos al sitio donde la nave fue destruida para que mi maestro averigüe los hechos. Yo permaneceré contigo o aquí, lejos de mi maestro hasta que él pueda entender todo con sus habilidades. Luego ambos, escribiremos un reporte sobre las dos versiones y cuando estemos con la gobernante Joka las compararemos y podremos decirle a ella lo sucedido.
El maestro lo miró, Elzar no sabía si lo quería matar con su mirada o estaba sorprendido por su atrevimiento.
—Me parece justo —dijo Solok.
El Maestro solo asintió.
Fugh permaneció unos minutos en silencio para luego decir:
—Acepto en nombre de Joka'sai'Ulrahk y el pueblo Devaroniano que busca la verdad.
Todos los presentes menos Elzar y el prisionero de guerra salieron de la celda. Así Gark Solok se acercó al joven padawan que había tenido esa idea para contarle lo acontecido. Dos horas más tarde, después que Elzar escribiera su reporte y lo guardara en un sobre dentro de los bolsillos de su túnica, todos marcharon al lugar de la tragedia, donde 20 seres habían dejado de existir.
El maestro, se situó en soledad en el puerto de mando, observando un enorme ventanal que mostraba los vestigios del desastre, aún parte de la nave flotaban y chocaban con la atmósfera antes de ser solo polvo. Cerró sus ojos, se concentró, buscó la calma en la fuerza, la cual siempre lo guiaba.
—"Soy uno con la fuerza, la fuerza me acompaña, la fuerza me guía hacia la verdad" —repetía varias veces en su mente.
De pronto, sintió algo revelador, la fuerza lo golpeó con brutalidad y su cabeza dio tumbos. Pero al final la verdad salió a la luz ante él.
Un par de minutos después Elzar encontró a su maestro tendido en el suelo metálico y frío de la nave. Corrió hacia él, se sentó al lado y puso su cabeza sobre sus piernas para hablarlo con cuidado, la última vez que su maestro había intentado entender la verdad, terminó en cuidados médicos por dos días. Nunca le quiso contar lo que vio y prometió no volver a hacerlo. Elzar sintió pena por él, lo había traicionado al pedirle que volviera a hacerlo...
Capítulo VI: Misión para volver a casa (Parte III)
Su maestro recobró el conocimiento en un par de minutos, pero luego de incorporarse y sentarse en el asiento del copiloto, no le dirigió la palabra hasta volver al palacio de la gobernante Joka. Elzar no sabía si era porque quería evitar que por el hecho de estar juntos creyeran que podrían complotarse y arreglar las versiones para que sean iguales o si estaba realmente enojado por todo su proceder. Aun así, sabía que no tenían otra salida. Joka estaba decidida a comenzar una sangrienta guerra y no podía permitir que la bondad debajo de la majestuosidad vista en ella se perdiera para convertir a dos planetas en una nueva versión de Mustafar. Todo ardería, lo sentía, lo sabía de alguna manera.
Cuando llegaron al palacio, el maestro también había finalizado su escrito sobre lo que pudo comprender de su reconstrucción del pasado tan particular. En la sala de la Gobernante Joka estaban todos los involucrados. Pero ella miraba con desprecio a quien le había quitado al padre de su criatura.
—Quiero que entiendas una cosa, no eres bienvenido a mi hogar Garh Solok, estás aquí porque acepté la palabra de los Jedi. Ahora hagamos lo que vinimos a hacer. Hermano, eres la persona que más confío en esta galaxia, dime antes de darme estos sobres... ¿El aprendiz de Jedi y su maestro no se contactaron entre ellos durante todo este proceso?
El hermano parecía nervioso y furioso a la vez. Elzar sintió por primera vez que algo estaba ocultando. Había mentido y estaba por comprometer todas estas acciones genuinas de los Jedis para resolver el conflicto.
El maestro dejó su silencio e interrumpió a Fugh antes de que emitiera una palabra.
—Vi la verdad y sé lo que quieres hacer en este momento, te daré un consejo. La decisión que tomes hoy puede marcar para siempre el futuro de tu pueblo. Además, la verdad siempre es libre, créeme, siempre sale a la luz como la fuerza luminosa trae equilibrio en la oscuridad.
Impresión de la tragedia
—Capitán, no puedo controlar la nave, los sistemas no funcionan. Intenté reiniciarlo, pero no responde.
—¿Fuimos saboteados?
—Me temo que sí, pero… aún hay más.
—Dime, ¿qué más puede pasar?
—La nave se dirige a la regencia. Donde está nuestra gobernante.
—No podemos dejar que eso suceda, debemos detener esto cuanto antes, no nos quedan muchos minutos. Si caemos será una verdadera catástrofe para nuestro pueblo. La nave prácticamente es una bomba debido al cargamento de Coaxium de Kessel.
—Lo sé, si llegamos a la superficie, miles morirán.
—Intenta comunicarte con la regencia.
—Es imposible señor, las comunicaciones fueron intervenidas y solo podemos conectarnos con naves fuera de nuestra atmósfera.
—Dices que solo podemos comunicarnos a corta distancia, ya que los escudos fueron activados y enviar un mensaje a casa es imposible. ¿Cómo les advertiremos para que la tragedia no sea monumental?
—Es imposible —dijo sin pensarlo.
—Dame buenas noticias, maldita seas. Joka está ahí, en su vientre lleva a nuestra hija. No puedo perderlas, no después de todo lo que luchamos para estar juntos.
—Señor, buscaré una solución.
Una voz nerviosa interrumpió la conversación.
—Capitán, mi señor. Una nave Corelliana se acerca.
—Comunícame con su piloto.
—Es la nave de Garh Solok, señor.
—Deme unos segundos y estableceremos contacto.
—No te demores, no tenemos mucho tiempo antes de que estallemos en mil pedazos sobre nuestro pueblo.
Las palabras de TarduI'sai'Allok no ayudaban para nada al técnico de la nave y los minutos necesarios para poner en acción alguna buena idea que pudiera surgir ya eran nulos.
—Estás tardando demasiado.
—Señor, ya casi está listo —se escuchó un molesto zumbido metálico fuerte, que hizo que todos en el cuarto de mando llevaran sus manos hacia sus oídos. En unos pocos segundos cesó. Y una voz resonó en toda la nave.
—Aquí Solok, ustedes se comunicaron conmigo. ¿Los puedo ayudar?
Garh no entendía por qué se habían comunicado con él y en qué los podía ayudar. Solo tenía la certeza de que habían activado la alarma de urgencias y su comunicador se encendió.
—Garh, soy yo, TarduI'sai'Allok.
—Capitán, ¿en qué puedo ayudarle?
—No tengo mucho tiempo, así que iré al grano. El dinámico se estrellará en la ciudad capital, justo encima de la regencia, donde está nuestra gobernante, mi esposa embarazada. No puedo permitir que eso suceda, miles morirán.
—¿Ya reiniciaron el sistem…?
—Ya lo hicimos todo, la nave solo tiene 5 minutos para desaparecer de la faz de la galaxia.
—No sé por qué, pero alguien nos ha hackeado y programó el dinámico para dirigirse donde te acabo de decir.
La voz se cortaba, podías ver el miedo a través de ella. Garh entendió que era el más puro terror, no por saber que iba a morir, sino por saber que las personas que más amaba en la vida se irían con él.
—¿Qué necesitas que haga? —dijo. Él sabía lo que debía hacer, imaginaba las palabras de un hombre temeroso y desesperado. Entonces, escuchó con gran firmeza la voz del capitán devaroniano.
—¡DERRÍBANOS!
Su hermana no entendía hasta ese entonces las palabras del Jedi, pero la verdad vino a ella.
—¿No le crees a este maldito viejo brujo? —gritó con desprecio Fugh.
—No hablarás, Fugh, yo te lo prohíbo. —Tomó los dos sobres y pidió que se marcharan excepto los Jedis.— Tú —le dijo a su aún enemigo—. Entrarás cuando lo ordene. Guardias, deben proteger a los invitados.
Mientras los asistentes la observaban, Joka comenzó a leer el reporte de Elzar, para luego terminar mirando con cara de asombro el papel que contenía lo escrito de puño y letra por aquel misterioso maestro Quarry.
Capitulo VII: Regreso a Coruscant
Unas lágrimas recorrieron sus mejillas. El reporte contenía toda la verdad, salvo las últimas palabras de su ser amado. El Jedi sabía que no era su responsabilidad decirlo. Joka levantó su cara para observar a los Jedi y dijo:
—Gracias, Jedi. Creo en estas palabras, sé que han traído la verdad. Incluso usted, gran maestro, fue más allá y descubrió al verdadero culpable. Con eso rompió mi corazón, porque confiaba en mi hermano, pero a la vez me ha dado paz. Paz en esta parte del Borde Exterior, quizás por un buen tiempo…
—Guardias, arresten a mi hermano por sabotear la nave de mi esposo con la intención de que se estrellase aquí y acabara con mi gobierno. Traigan a Garh Solok.
Pasaron unos pocos segundos y el acusado ingresó a la sala.
—Gobernante Joka, necesito decirle qué sucedió, pero más aún, me gustaría darle las últimas palabras de su esposo para usted.
—El Jedi en su reporte confirma que tú tienes algo para mí. Habla…
—Tuve que hacerlo, no quedaba otra alternativa. La nave devaroniana había perdido el control e iba a estrellarse sobre una ciudad muy poblada. El capitán, su esposo, me ordenó derribarla antes de llegar a la atmósfera de su planeta. Fue saboteada, él me indicó que habían convertido la nave en una bomba, fue hackeada y programada para estrellarse. Con el hipercombustible que llevaban y a la velocidad que iban, el palacio y gran parte de la capital de Devaron quedarían destruidos. Él quería salvar a los suyos y salvar a su pequeña.
Joka sintió que su mundo se desplomaba otra vez. Él había dado su vida por su pequeña y por ella. Un acto noble, digno del amor de su vida.
—Por favor, dime… El Jedi no escribió el mensaje en el reporte.
Garh Solok respiró profundo y comenzó a expresarse:
—“Dile a mi esposa que la amo, que ni todas las estrellas de la galaxia podrán ser suficientes para comparar mi amor hacia ella. Aun así, solo el amor de Jorath 'Sai Ulrahk podría acercarse. Estaré en las estrellas para guiarlas cada día”.
La gobernante puso sus manos en su boca y se desplomó en su asiento mientras lloraba. Elzar sintió la necesidad de acercarse y consolarla, pero su maestro lo tomó del brazo para detenerlo.
Ella lo miró y dijo:
—Déjenme solo unos minutos. Les agradezco.
Todos se marcharon, para volver más tarde. Joka se disculpó con Garh y su padre, dijo que no rompería los acuerdos de cooperación y esperaba que sus pueblos volvieran a ser amigos. A cambio de ello, le daría el nombre a la ruta de comercio como Corelliana, por muestra de gratitud al salvar al pueblo.
Los dos aceptaron las disculpas, aunque la relación de Garh con su padre estaba dañada.
La gobernante Joka les comentó toda la historia y agradeció a los Jedi por ayudarla a encontrar la verdad, evitando así un gran conflicto bélico que se extendería años. Elzar estaba otra vez en paz consigo mismo, quizás así su maestro no lo regañara tanto al regresar a Coruscant. Y podría al fin volver al templo y a los brazos de Avar.
Todos caminaban lentamente buscando la salida, hasta que Joka le solicitó al maestro unos minutos con su padawan antes de marcharse.
—Por supuesto, él tiene sus minutos antes de partir a nuestro templo. Te espero en el hangar donde está la nave, Elzar.
—Sí, maestro, como usted ordene.
El joven volvió sobre sus pasos y se dirigió hacia la mujer, que tenía un atuendo de seda holgado de color verde. Seguramente para evitar habladurías, ella quería ser quien comunicara a su pueblo la buena noticia después de tanta tragedia.
La mandataria lo observó detenidamente, antes de hablar:
—Quería despedirme apropiadamente con usted, padawan Elzar Mann. Este conflicto tuvo un final gracias a tus decisiones. Recuerdo una vez a mi padre decirme que un buen amigo Jedi expresaba un sabio proverbio: “las decisiones de uno moldean el futuro de todos”. Hoy has decidido con suma sabiduría Jedi. Las cosas que hacemos para llegar donde está nuestro amor. Yo busqué la verdad que tú me diste, y tú buscaste lo mismo para volver a ella.
Él quedó perplejo, preguntándose cómo se dio cuenta de que amaba a alguien aunque era un Jedi. Sabía que algunas de su especie eran sensibles a la Fuerza. ¿Sería esto posible, y su habilidad innata le permitió acceder a sus sentimientos por Avar?
—No tienes que decirme nada. Sé que para alguien como tú esto es prohibido, pero a veces solo sucede y no hay arma contra el enamoramiento. Creo que lo sabes. Bueno, ha sido un placer conocerte, Jedi Elzar Mann. Siempre serás bienvenido aquí mientras esté en el gobierno. Como dicen ustedes, “que la Fuerza te acompañe, Jedi”. Puedes retirarte.
Elzar sonrió y bajó su cabeza en señal de respeto, luego fue donde su maestro lo esperaba para viajar. Este viaje había sido toda una sorpresa para él, pero quería volver a casa. En la nave, su maestro le dio un buen sermón como de costumbre, pero al final le extendió la mano y agradeció por confiar en sus instintos, pero sobre todo por ser quien tomó la primera decisión para resolver el problema.
—“Las decisiones de uno moldean el futuro de todos, padawan Mann”. Tú me obligaste a afrontar mis propios miedos. La Fuerza me dio esta habilidad, ¿quién soy yo para cuestionarla?
El viaje de regreso a casa había comenzado. Pronto vería a Avar, esperaba también que su amigo Stellan estuviera ahí, pero su mayor deseo era besar a su Avar.
Su maestro se mantuvo sin hablar casi en todo el viaje. De vez en cuando le sonreía, daba una palmada en el hombro u ordenaba que hiciera algo, como revisar algún dispositivo de la nave.
Solo comentó en los primeros minutos, cuando estaban abordando, que él había sido un gran amigo del padre de Joka, JoJoka'sai'Ulrahk, para luego contar, como si fuera algo casi sin importancia, que ella estuvo un tiempo en la Orden, años atrás. Pero regresó tras la muerte de su madre para ser preparada como gobernante de Devaron.
Ahora todo le cerraba: ella conocía de la Fuerza y sus misterios. No solo eso, recibió entrenamiento por un tiempo.
Capítulo VIII: Reencuentro
Esa madrugada, Kriss había dejado la llave en la recepción para luego dialogar con Tujak. Ella pudo ponerse de acuerdo para alquilar el departamento por poco dinero, algo que ambos pudieran cubrir. Le explicó que no estaría sola, sino con su esposo, ambos en busca de empleo, provenientes de Aldhani. Salió en la oscuridad rumbo al templo lo más rápido que pudo, antes de que todos despertaran para comenzar su rutina. Logró llegar hasta su habitación sin ser vista, cambiar sus atuendos por los de padawan y bajó a alimentarse para ir a entrenar. No se sentía cansada, más bien animada para comenzar el día y esperanzada en el regreso de Elzar y Stellan, por diferentes motivos.
Ese día, buscó a Orla para disculparse y patearle el trasero, pero no estaba por ningún sitio. Solo encontró a su maestro Cherff Maota, quien le indicó que viajarían esa misma noche a Kashyyyk para reclutar a un nuevo aprendiz. A Avar le emocionaban esos viajes, pero sentía que Elzar estaría aquí pronto y no quería irse. Pero debía hacerlo: su maestro lo pedía y era su deber como padawan seguirlo. Esos momentos siempre la hacían pensar si lo que estaba haciendo con Elzar era correcto. La Orden debía estar siempre primero si quería ser algún día una digna maestra Jedi.
Preparó sus cosas de viaje sin protestar esa noche y fue al hangar. Para su sorpresa, Elzar acababa de aterrizar. Eso la puso increíblemente feliz: él estaba a salvo. Trató de guardar su entusiasmo y le solicitó a su maestro Maota que le diera unos segundos con su compañero padawan. El maestro asintió y abordó la nave. Avar se quedó parada esperando que Elzar se acercara, agitando sus manos para que viniera hacia ella. Él corrió con los brazos abiertos, mientras su maestro observaba su verdadero apuro por regresar y giraba para dejarlos solos al entrar al templo.
Se quedaron debajo de la nave en el hangar. Nadie estaba a la vista, y además la oscuridad parecía esta vez ser piadosa para ocultar aquel abrazo y el posterior beso apasionado en los labios que se dieron los dos. Se acariciaban: ella lo tomaba de la cara mientras lo besaba, y él pasaba sus manos por la cintura, los brazos y su cuello, para luego dejar pequeños besos. Por un instante, se olvidaron de dónde estaban, que los podían ver. Se separaron un poco, sin alejarse demasiado, para hablar. Elzar quería saber si ella se iba.
—¿Te vas, Avar? ¿Dónde?
—Me voy con mi maestro a Kashyyyk. Buscaremos un nuevo aprendiz. Regresaré en tres días. Necesito preguntarte algo.
—Dime… No te vayas así —imploró, casi como un ruego.
—Está bien, encontré un lugar para estar juntos.
—¿Una especie de lugar secreto para estar juntos? ¿Cómo? ¿Aquí en el templo?
—No, cómo crees, no aquí. Es un lugar cercano a los bajos mundos de Coruscant.
—¿Fuiste ahí?
Avar iba a contestar cuando fue interrumpida por su comunicador.
—Sí, maestro —respondió.
—Avar, debemos irnos ya. No demores más.
—Muy bien, maestro, ahora subo —cortó la comunicación.
—¿Debes irte? Te extrañaré.
—Debo hacerlo. Cuando regrese, te contaré toda la historia e iremos a ver el lugar juntos.
—Avar Kriss, vuelve a mí sana y salva. Que la Fuerza te acompañe.
—Volveré. Que la Fuerza te acompañe a ti también, Elzar Mann.
Ella se alejó de a poco, como si realmente no quisiera hacerlo. Él la tomó por última vez y la trajo hacia él para darle un pequeño, pero intenso beso. Luego la dejó ir.
Capitulo IX: Volviendo de Kashyyyk
Si el Borde Exterior era asombroso para cualquier persona del Núcleo, Kashyyyk era algo inexplicable para cualquier visitante primerizo, por su relación con el medio ambiente, su cultura y su habilidad para construir tecnología. Avar observó el paisaje como un cambio radical después de pasar casi toda su vida en la jungla de metal de Coruscant.
Ya prácticamente no recordaba la naturaleza en sus orígenes, y Aldhani no se parecía ni remotamente a esto. La vegetación era exuberante y estaba adornada con las pintorescas viviendas que organizaban la comunidad en la copa de los árboles.
—Bienvenidos, Jedi, a Kashyyyk. Mi nombre es Snoobacca, líder de la comunidad. Ellos son la familia de Lumpabacca.
—Él es Lumpabacca.
El pequeño parecía tímido, algo distraído. Pero Avar sentía una intensa fuerza en él. La canción de Lumpa era de calma y bondad.
—Estamos agradecidos por tan gentil recibimiento. Su llamada fue una grata sorpresa para nuestra Orden.
—Sí, nuestra comunidad en particular tiene una gran conexión con la Fuerza, y servirle es el deber de cualquier elegido. Ella reside en cada ser vivo. La energía fluye en cada uno de estos antiguos árboles.
La líder y los asistentes a la reunión usaban moduladores de voz para facilitar el diálogo con el Jedi y su aprendiz.
Todo debía ser rápido y sencillo. El niño wookiee no debía permanecer más tiempo en su planeta. Para este pueblo era un honor poder contribuir con la galaxia, aunque eso significara dejar ir a uno de los suyos. Él estaría bien, aprendería a usar la Fuerza, y esta los recompensaría.
Pasaron solo dos horas, cuando Avar y Maota lograron traer al pequeño wookiee con ellos a la nave para regresar a Coruscant. Él fue despedido con una breve ceremonia, un ritual para Kriss, donde, a su modo de ver, le rendían más homenajes a los árboles que al mismo niño que acababan de entregar. En ese instante, su mente la llevó a aquel día en que se despidió de su familia para llegar a Coruscant. Ese día conoció a sus constelaciones y nunca más se separaron.
Su maestro había estado callado durante todo el viaje. Incluso habló más con los nativos de Kashyyyk que con ella. Había sido cordial, sí, sin embargo, distante. Eso le preocupó. No quería que el hecho de entender la naturaleza de su relación con Elzar hiciera que él tomara la decisión de alejarlos. Por eso estaba más convencida que nunca de tener un espacio para los dos.
El niño wookiee parecía tímido y algo angustiado, así que Avar decidió hablar con él para calmarlo. Debía entender que la Orden podía ser un hogar, de algún modo. Seguramente, con el tiempo, haría algunos amigos. Se sentó a su lado y le contó su historia: de dónde venía, lo importante que era para su familia que ella se hubiese unido a la Orden. Pero sobre todo, le habló de sus chicos, de su mejor amigo Stellan Gios y su Elzar. Obviamente, solo le dijo las cosas que podía contar. Los tres serían pronto maestros, y todo era posible porque estaban juntos en la galaxia.
Lumpa se animó bastante con la plática, y se fue a descansar con una sonrisa, esperando que su llegada a la Orden Jedi fuera tan divertida y buena como la de la padawan Avar Kriss.
Avar quedó a solas en ese momento, y otra vez la idea de tener un lugar con Elzar vino a su mente. De pronto, sintió unos pasos detrás de ella. Era su maestro.
—Avar, el joven wookiee es prometedor, ¿no lo crees? Como lo eres tú. ¿Lo sabes, no?
—Gracias, maestro, por poner esa confianza en mí. No lo defraudaré. Seré una buena maestra.
—Lo sé, Avar. Serás una maestra ejemplar. Solo tienes que concentrarte en ese único objetivo y la Fuerza te guiará.
Ella sintió escalofríos. Quizás su maestro estaba al tanto de sus sentimientos hacia Elzar.
—Has estado últimamente desconcentrada de tus deberes Jedi. Orla aprovechó bien eso —sonrió al decirlo—. Pero quiero, de ahora en más, que eso sea tu prioridad. No tus amigos. Estás aquí para convertirte en una maestra, una de las mejores. Tienes el talento, entrenas para ello todos los días. Solo falta que pongas a la Fuerza y a tu rol como Jedi primero, antes que todo. Los apegos nos traen solo dolor, niña mía.
Avar trató con todas sus fuerzas de evitar que sus lágrimas la delataran. Y prometió:
—Maestro, ser una maestra Jedi es lo que más quiero, y siempre será mi prioridad. Agradezco su consejo y me enfocaré en mi único objetivo.
—Confío en ti. Ya dejamos tomar su camino a Orla, por su propia decisión. No quiero hacerlo contigo. Tú naciste para ser Jedi y para pertenecer a la Orden. Serás una líder digna de imitar.
Lo de Orla le sorprendió. No había podido disculparse antes de que se marchara, pero nunca se le ocurrió que dejaría la Orden para ser una buscadora de caminos. Solo esperaba que estuviera en paz con esa decisión.
Capítulo X: Nuestro hogar secreto (parte I)
Elzar había pasado el último día entre la rutina del templo y pensando en todo lo que había hecho Avar.
¿Habría sido capaz de salir del templo y buscar un lugar para estar juntos?. Su Avar, era una persona desconocida. Hoy debía regresar con su maestro y un nuevo aprendiz. Terminó el entrenamiento, se dió una ducha y fue a un lugar en cercanías del hangar para esperarla.
Cuando vio a su maestro acercarse con gestos de fastidio en su cara.- Elzar, ¿qué haces aquí?, pensé que estarías en la biblioteca investigando lo que te pedí. Sin embargo te veo aquí perdiendo el tiempo. Dime una cosa, ¿Esperas a la padawan Avar Kriss?.
No sabía que responder a eso. - No, solo admiraba el paisaje.
- ¿Por eso antes fuiste a preguntar por los siguientes aterrizajes?. Sólo te diré una cosa, padawan Mann, no arriesgues todo por lo que los dos han peleado. Prioriza llegar a tu objetivo, sobretodo, no seas la razón por la cual la padawan Avar pierda su rumbo, esperamos mucho de ambos.
Elzar hizo el intento de responder, pero su maestro no lo dejó.
- No necesito que digas nada, solo haz lo correcto cuando sea el momento. Ve hacer lo que te pedí ahora padawan Mann.
- Si, maestro.- Confuso se fue del lugar y caminó hacia la biblioteca para cumplir lo solicitado. Se puso a indagar sobre reliquias antiguas de los sith. Mientras intentaba no pensar en la reciente conversación, alguien lo tomó por sorpresa, y lo envolvió con sus brazos. Giró para encontrarse con Avar.
- Pensé que irías a recibirme Elzar Mann.
- Perdón Avar- la sostuvo de las manos para sentarla junto a él. Estuve esperándote, pero mi maestro ordenó que viniera a indagar sobre unas antigüedades que encontraron. Sabes que ordenes son ordenes.
- Si, lo sé. Te veo esta noche, aquí. ¿Podrás, no? -puso su mirada inquisidora al preguntar, mientras le dejaba un papel con la ubicación en el escritorio.
- Está bien, estaré ahí a esa hora.
- Ponte ropa casual, te llevaré a nuestro sitio. - Avar, se retiró sin decir nada más.
Elzar prefirió callar lo sucedido con el maestro. Quería continuar con está aventura, ya que pronto debía acabar. En aproximadamente un año serían caballeros Jedi y cumplirían con lo acordado. Sería lo mejor para ellos.
Más tarde por la noche cuando la mayoría estaba en su habitación durmiendo, ellos iban tomados de la mano rumbo al departamento de alquiler, mientras caminaban rápidamente, Avar le contaba todo lo que había hecho y cómo consiguió el lugar para los dos. Le dijo que no esperara la gran cosa, pero era un lugar cálido, íntimo y discreto. Allí podrían pasarla bien sin ser el centro de atención. Tujak, era atenta y amable, mantenía todo en orden y ella ya le había indicado que estaría acompañada.
Le dijo quienes supuestamente eran para la dueña.
- Tu eres mi esposo Jeho Barris, un cheff y yo soy Avnika Barris, una arqueóloga.
- ¿Yo soy un cheff y tú una arqueóloga?. Creo que te has dado el mejor papel para ti.
- Perdón, no sabía que decir, es lo primero que se me ocurrió como Aldhani, porque era la última misión. Sabes que no soy tan buena para mentir. No sé como media galaxia no se enteró de esté romance.
Ella notó que la cara de él mostraba dudas, y preguntó. ¿Pasó algo Elzar?. Algo que no me has contado.
- No es nada, sólo tuve una charla con mi maestro sobre priorizar la orden y no perjudicarme o perjudicarte a tí.
- ¿Y eso?, ¿crees que él sepa de nuestros encuentros?.
- Lo intuye Avar. Pero, me pidió que cuando llegara el momento de decidir, hiciera lo correcto para los dos.
- Mi maestro también me dió un sermón similar, por eso creo que esta es la mejor decisión. Aquí,- señaló con la mano el lugar al llegar.- podremos estar juntos, pero en el templo, nos evitaremos y trataremos de continuar con nuestra rutina sin interferir los planes de ser Jedi y cuando llegue el momento de hacer nuestro juramento como Jedi, terminaremos con esta bella aventura. ¿Aceptas antes de entrar?- replicó Avar con entusiasmo.
Elzar sonrió, pero no pudo disimular su tristeza, iba a ser difícil no poder besarla o tenerla entre sus brazos cuando llegará el momento, ella se había convertido irremediablemente en todo.
La joven padawan sintió sus nervios con todo esto y antes de entrar al edificio lo tomó de la mano para alejarlo de ahí.
- Ven tengo una idea, iremos al bar de Kavja, tomaremos algo fuerte, charlaremos un rato sobre nuestras misiones y luego iremos a la habitación.
Le parecía un plan maravilloso, estar con la mujer que amaba, tomar algo mientras charlaban y luego ir al departamento de alquiler para hacer el amor con Avar. Esta noche podría ser más que maravillosa y especial. Única.
Los dos llegaron al bar tomados de la mano, la mujer de la barra le sonrió cálidamente a Avar y la invitó a sentarse. Saludó a Elzar como si lo conociera de siempre y le sirvió un buen whisky corelliano.
- Un gusto conocerlo señor Barris, también es tan joven como Avar. ¿Por qué demonios los niños se casan tan jóvenes hoy en la galaxia?
- Bueno, no sé si ella le comentó algo…
- No, en realidad no lo hice.
- Nos conocemos desde muy niños, ambos compartimos muchas cosas, trabajamos juntos en la aldea, estudiabamos juntos y ambos queríamos algo más, así que nos mudamos donde pudiéramos trabajar y estar mejor, pero como es tradición en Aldhani, nadie se puede llevar una chica sin estar casados, entonces lo hicimos. Viajamos y esa amistad se convirtió en amor. Y aquí estamos, buscando un lugar para dormir. Tenemos vidas ocupadas, pero necesitamos descansar en un lugar seguro y accesible a nuestras posibilidades. Es bueno haberlas encontrado. Gracias por cuidar a mi bella esposa.
- Ella se sabe cuidar sola, créeme.
- Lo sé. Nos enseñan a defendernos ahí. Y ella era una de las mejores en los entrenamientos, varias veces me lo hizo saber.
Conversaron un rato entre los dos, tratando de que parecieran ocupados intentando no recibir preguntas por parte de Kavja. Tomaron varios tragos, se tomaron de la mano toda la noche y unieron sus labios muchas veces en plena libertad. Se sentía bien hacerlo, habían entrado en papel tanto que se estaban creyendo la historia.
Capítulo XI: Nuestro hogar secreto (parte II) FINAL
Ya entrada la medianoche, Avar lo tomó de la mano para darle a entender que era hora de marcharse. Saludaron a la dueña del bar y salieron. Caminaban en silencio, juntos, cuando de repente él vio la oportunidad perfecta para besarla. Sin dudarlo, la arrinconó contra la pared de concreto al costado del condominio de departamentos.
La besó con pasión y deslizó una mano dentro del pantalón que ella llevaba, acariciando su piel con ternura. Con la otra, sujetaba su cabeza para intensificar el beso. Por unos instantes se dejaron llevar, entre susurros y gemidos, pero ella pronto recuperó la compostura y lo apartó suavemente.
—Aquí no, cabezota. Puedes esperar. Entremos.
Se acomodaron la ropa y el cabello para estar presentables, y luego se dirigieron a la entrada, donde estaba la administración. Tujak los miró fijamente al verlos acercarse, y no pudo evitar sonrojarse. Conocía esa complicidad después de 20 años en el negocio. Los saludó cordialmente, se presentó ante el “esposo” de su nueva huésped y les dio dos juegos de llaves.
—Estos juegos de llaves son para ustedes. No es necesario que las pidan cada vez que lleguen. Está alquilado permanentemente para que vivan, duerman o... lo que vayan a hacer ahí —los tres se miraron y sonrieron—. Está listo para que hoy se queden: sábanas nuevas, todo en orden y limpio. Sigan sus caminos.
—Gracias. Eres muy amable por darnos este lugar. Jeho y yo estamos más que agradecidos contigo y con Kavja.
—Sí, es verdad, noble señora. Muchas gracias —apenas pudo decir unas pocas palabras. El whisky corelliano comenzaba a hacer efecto en la pareja. Era mejor irse a la habitación.
Avar lo llevaba de la mano, lo condujo hasta la única puerta dorada del edificio, la abrió como pudo e ingresaron juntos.
—Mira, esa es la cocina. Podemos preparar cenas deliciosas aquí... o pedirlas mejor. Y ahí tenemos un pequeño sillón.
Al intentar atravesarlo, perdieron la estabilidad y cayeron. Allí se abrazaron, se dieron besos apasionados por unos minutos y luego continuaron caminando. Él la abrazaba por la espalda, tomándola de la cintura.
—Es difícil caminar así, Elzar —ella le sonrió—. Eres un hombre fuerte y pesado para esta mujer aldeana.
Él besó su cuello y comenzó a desatar los listones que sujetaban su camisa. Luego la giró para besarla y le hizo levantar los brazos para quitarle la prenda.
—Te quiero aquí y ahora.
—Sí, también quiero estar contigo. Pero vayamos con calma, ¿puedes hacer eso?
—Todo lo que tú pidas.
Ambos se miraban intensamente mientras se despojaban de la ropa, intercambiando besos apasionados y breves. Una vez desnudos, Elzar la tomó con firmeza, acercándola para que sus cuerpos se rozaran y ella pudiera sentir su deseo palpable.
Dirigiéndose hacia la cama, Elzar se recostó a su lado y comenzó a explorar su cuerpo con suaves besos, deslizando una mano con determinación para aumentar la ansiedad en ella. Su lengua se unió a la danza, contribuyendo a hacerla sentir amada. Avar se dejó llevar entre gemidos, momentáneamente olvidando la presencia de Elzar entre sus piernas. Fue entonces que él supo que era el momento de avanzar, y lo hizo.
Se encontraban uno sobre el otro, unidos en una conexión profunda y magnética. La esencia de sus encuentros radicaba en la mutua comprensión de deseos y necesidades, lo que hacía su vínculo sexual poderoso. Sabían instintivamente dónde tocar, morder, besar o acariciar; cuándo ejercer fuerza y cuándo ser delicados. Disfrutaban plenamente de la intimidad compartida, moviéndose en armonía y entregándose por completo.
Permanecieron en esa posición por un tiempo, hasta que Avar decidió tomar las riendas. Se acomodaron de costado sin separarse, y ella tomó la iniciativa al colocarse encima. Un ritmo constante se estableció, intensificando la conexión a medida que los minutos pasaban. En un momento de éxtasis, Avar se sentó sobre Elzar, arqueando la espalda para recibir con intensidad cada embestida. Sus gemidos fueron amortiguados por su mano derecha en la boca, mientras se dejaba llevar por la pasión y se entregaba por completo a la experiencia.
Después de un momento de intensidad, Avar descendió lentamente por el cuerpo de Elzar, trazando un camino de besos desde su ombligo hasta el lugar anhelado, tomándolo por sorpresa. Juntos se sumergieron en una pasión compartida. La tomó por la espalda, impidiendo que ella continuara, y la abrazó estrechamente. Luego puso sus fuertes manos en la cintura de Avar, colocándola de rodillas en la cama, con el torso erguido, para introducirse en ella con delicadeza y luego con fuerza.
Con manos firmes en los hombros de su amante, se movía con un ritmo que los llevaba de atrás hacia adelante y viceversa. Avar se aferraba a las sábanas como si fueran su única ancla en medio de la tormenta de placer, sintiendo cada embestida con una mezcla de dolor y embeleso. Mientras Elzar se adentraba cada vez más profundo, liberó una de sus manos para explorar con sus dedos el lugar más sensible de ella, provocando un estremecimiento en todo su ser. Esa canción era intensa, llegaba como el calor del verano en sus blancas mejillas; a veces se sentía como la suave brisa del viento en su pelo y otras como una ola de agua del mar que chocaba y moldeaba todo a su paso. Ese era Elzar.
—¿Estás bien? —preguntó entrecortadamente—. ¿Quieres que me detenga?
—No, estoy bien... —respondió Avar entre susurros, cerrando los ojos y dejando que la melodía del momento la guiara. Se sintió envuelta por un océano de sensaciones, llegando a un punto en el que parecía ahogarse.
El acto conllevaba un dolor que Avar estaba dispuesta a aceptar con resignación y deseo. No cruzaba por su mente detenerlo en ningún momento. Pasaron unos minutos en los que, a pesar de no pretender lastimarla, Elzar sentía que de alguna manera lo hacía. Decidió apartarse, recostándola suavemente en la cama frente a él, acariciándola mientras se adentraba de nuevo en el lugar que sus dedos habían explorado. En ese instante, su actitud se tornó tierna, buscando prolongar el momento, moviéndose con cuidado y lentitud. Con los ojos cerrados, ambos se besaban, se acariciaban y permanecían unidos en un abrazo íntimo.
El cansancio empezaba a hacerse sentir. Los dos parecían desear concluir ese encuentro apasionado. Juntos libraron la última batalla, fusionando sus almas enamoradas en ese instante de entrega. Quedaron abrazados en la penumbra de la habitación, conscientes de que les quedaba poco tiempo para dormir y debían regresar al templo antes de que los demás despertaran.
El silencio fue interrumpido cuando Elzar intentó nuevamente disculparse.
Avar lo detuvo con un gesto, colocando su mano sobre su boca.
—No te preocupes, estoy bien. Si me hubieras lastimado, te lo habría dicho… y tendrías varias contusiones. No te disculpes por amarme.
A pesar de la sonrisa que provocó en Elzar, las palabras de Avar no lograron calmarlo del todo. Ella se levantó con cuidado de la cama y regresó minutos más tarde tras haberse bañado.
—¿Estás segura de que te encuentras bien? —preguntó Elzar con preocupación.
—Sí, no te preocupes. Estoy mejor —respondió Avar con calma.
—Ven conmigo, Avar —invitó Elzar.
Ella se acostó a su lado y lo abrazó, buscando consuelo en el contacto cercano mientras se disponían a dormir.
El despertador humano que era Avar se levantó de golpe y sacudió a su compañero de habitación.
—Debemos vestirnos e irnos, Elzar, o todos sabrán que no hemos pasado la noche en el templo.
Se levantaron, se vistieron y salieron juntos en dirección a su destino habitual. A pesar de que Elzar seguía preocupado por haberla lastimado, notó que ella parecía encontrarse mejor esa madrugada, e incluso llegó antes que él y sin signos de cansancio.
Al llegar al templo, se despidieron con un beso cálido en los labios y cada uno se dirigió a su habitación. A Avar no le costó llegar; lo hizo sin problemas. Pero Elzar fue sorprendido por su mejor amigo, Stellan, quien notó que llevaba una vestimenta diferente a la habitual.
—¿Por qué estás vestido así? ¿Por qué no estás en tu cama?
—Eh... en realidad, debo contarte algo. Mi maestro me solicitó indagar sobre antiguas reliquias Sith y, para investigar, me fui a un lugar de venta… una subasta. Han aparecido más estas semanas, como propiedades de personas que no comprenden el peligro de tenerlas. No son sensibles, y eso las lastima o las obliga a hacer cosas que no desean.
—Eso es muy estúpido y peligroso, Elzar.
—Por favor, no se lo comentes a nadie. Ni a Avar, ni a mi maestro. Él solo me pidió que buscara en la biblioteca información… y ya sabes cómo soy, la investigación en biblioteca no es lo mío.
—No te preocupes, no diré nada. Descansa. Pronto el día como padawan comenzará para los tres. Recién llego y no esperaba encontrarte. ¿Avar está bien?
—Avar… ella, eh… se encuentra bien. Posiblemente duerme profundamente para ser la primera en levantarse y la mejor del día.
Los amigos se despidieron y cada uno fue a aprovechar los escasos minutos de descanso para arrancar el día. Ya habría tiempo para hablar de las aventuras individuales de los tres. Lo demás era un secreto que Avar y él compartían cada noche. Al final, el día le dio a entender dos cosas: habían encontrado un lugar para amarse… y sabía mentir cada vez mejor.
FIN
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