FANFIC: Contra mi voluntad

Escribir significa mucho para mí: cuando comienzo a teclear letras para formar palabras, con ellas frases, párrafos, historias, soy libre de alguna manera. Siento que puedo ser valiente, decidida, atrevida; puedo estar inmensamente triste o feliz en un par de hojas. Aquí me encuentro, respiro y vivo. Amo contar historias.

Todo comenzó con mi abuelo, quien desde niñas nos contaba relatos entretenidos, cuentos mágicos y decisiones difíciles que complicaban la vida de los personajes, siempre con una moraleja. Lo hacía con tanto amor, mirándonos a los ojos. Amaba escucharlo. Quería, algún día, tener ese don de hacer que la gente se sumerja en cada historia de principio a fin, con entusiasmo y sin parpadear.

Y aquí estoy, buscando un sueño, tratando de hacer lo que más amo: encontrar una identidad propia al escribir. Hoy quiero seguir compartiendo algunas cosas que hice hace un tiempo. El fanfic me ha ayudado a empezar a caminar en este mundo de la escritura. Quiero seguir escribiendo y dedicarle tiempo y pasión a esto, que es más que un hobby: es mi estado de libertad.

Espero que les guste esta historia de aventura y amor, con dos de mis personajes favoritos de la Alta República, Avar Kriss y Elzar Mann, tanto como a mí al escribirla. Y como dije al compartir Memorias de un secuestro: La niña de los cabellos de lava: "Si te gusta escribir, solo hazlo, no lo intentes; seguro harás de la galaxia un lugar repleto de historias."

Contra mi voluntad


Capítulo I: Decidir por los dos (Parte I)


Sin necesidad de un reloj,  Avar se levantó como todos los días cuando el sol aún no daba sus primeros rayos de luz. Todo estaba oscuro y en silencio, algo inusual para un lugar como Coruscant. De repente, la habitación se iluminó con una tenue luz que entraba por la ventana. Todo parecía en su lugar. Conocía cada detalle del espacio que compartía con el hombre con quien guardaba un secreto.


Podía cerrar los ojos y recordar cada rincón. Afuera, el edificio era enorme, lleno de apartamentos típicos de los niveles bajos del gran centro galáctico, similares al que habitaban. Sin embargo, este tenía una puerta metálica dorada que le daba la sensación de ingresar a un templo sagrado, un sentimiento que no comprendía del todo, pero que le gustaba imaginar.


Quizás fue una coincidencia conseguir el único departamento con una puerta así, o tal vez Gashi, la dueña, la consideró confiable para ocupar el lugar destinado como regalo de graduación para su difunta sobrina. Cuando esta murió, el departamento quedó cerrado y no fue alquilado hasta ese momento. Avar aún no entendía por qué ella era digna de estar allí, y eso la inquietaba. Si las hermanas descubrieran que les mentía, tal vez no serían tan amables. No recordaba lo que era tener una familia; lo más cercano hasta entonces habían sido sus constelaciones, pero esto era algo nuevo, íntimo, y no quería perderlo.


El alojamiento era pequeño, de concreto gris por fuera. Adentro, el blanco predominaba, limpio y agradable a la vista. Creía que se mantenía así más por su disciplina que por la de él. Elzar podía ser muy desordenado sin siquiera proponérselo: dejaba su túnica en cualquier lugar menos donde debía colgarla, traía artefactos para reparar y desordenaba todo. Sus botas ensuciaban por donde pasara. A veces, Avar pensaba en bloquear las puertas de la sala de mil fuentes para que no trajera consigo media flora y suelo.


Habían pasado casi un año conviviendo, una forma extraña de describir una relación tan peculiar. Ambos parecían haber aceptado vivir en dos mundos distintos, representando dos personas diferentes. En el templo eran aprendices Jedi, con vestimentas similares a las de sus maestros, cumpliendo con la disciplina y el compromiso esperados. Entrenaban, estudiaban el código Jedi, acompañaban a sus maestros en misiones, como cualquier otro. Pero fuera del templo eran amantes que se encontraban en la noche para amarse.


Avar eligió este lugar porque estaba lejos de la academia jedi de Coruscant, donde nadie los conocía. Además, Gashi, la dueña, era discreta, amable, servicial y no cobraba caro. Un Jedi no podía permitirse lujos. Alquilaron el departamento fingiendo ser una pareja joven de Aldhani en busca de una mejor vida, lo que implicó convivir como esposos.


Muchas noches se escapaban del templo, llegaban a su hogar o pasaban tiempo en un bar con conocidos. Avar había entablado amistad con Kavjja, y en un par de ocasiones pensó en confesarle la verdad sobre quiénes eran, pero no pudo. Aun así, disfrutaba charlar con ella sobre cosas cotidianas. Kavjja no entendía porqué Avar no cocinaba; incluso una vez le enseñó a hacer una tarta de queso de Coruscant. Debía ser una sorpresa para Elzar, pero terminó siendo un agasajo para Kavjja y Gashi. Por su parte, Elzar siempre conversaba con Izah Mo, el cantinero. Avar no comprendía su fascinación por aprender sobre tragos y cómo crearlos, pero disfrutaba probarlos.


Al entrar por la puerta dorada, los recibía una alfombra que decía “Bienvenido a Coruscant” con un dibujo de dos arcos de kyber a los costados. A la derecha había una pequeña cocina con una mesa para consumir alimentos, beber jugos o caf, que usaban poco. Enfrente, una mesita y un sillón azul, pequeño para los dos, donde a veces comían juntos o se entregaban al deseo.


Más allá de esos espacios abiertos estaba la cama, repleta de cojines dorados y blancos que Avar había insistido en tener, los cuales captaban la escasa luz del amanecer. Junto a la cama, una sola mesa de noche sostenía una foto de ambos vestidos con ropa común, como cualquier civil, sonriendo, como si la felicidad de ese instante quedara capturada para siempre. Seis meses atrás, tras una cena con sus nuevas amigas, Avar había probado sus habilidades culinarias. Kavjja les pidió que sonrieran para la foto, y no pudieron evitarlo, embriagados por la alegría de la cotidianidad.


Además, había una habitación de refresco con un lavabo, un retrete y una bañera con ducha. Todos esos pensamientos se desvanecieron, pues pronto comenzaría un agotador día con una misión de rescate en Abafa junto a su maestro Cherff Maota, donde un grupo de seres había sido capturado por merodeadores de poca monta. Aunque debería ser la principal atracción, sus pensamientos dolorosos opacaban algo que normalmente disfrutaba. Debía hablar con Elzar; había sido clara todos estos años, pero todo pasó tan rápido. Era hora de poner fin a su relación.


Los días con él le hicieron olvidar sus antiguos sentimientos por su amigo Stellan. Los tres se conocían desde pequeños y nunca se habían separado. Todo lo hacían juntos, salvo esto: Elzar y ella compartían incontables momentos a solas.


Elzar siempre estuvo perdidamente enamorado de ella. Hasta entonces, Avar solo había ocupado su corazón con Stellan, su otro mejor amigo. Sin embargo, el hombre que aún dormía en su cama, en total tranquilidad, como si lo que había pasado entre ellos no estuviera prohibido, dio máximo posible para que ella se atreviera a arriesgarlo todo.


En el silencio de la noche, Avar pensó que quizás fue la pasión fogosa lo que los unió al principio, pero luego sus sentimientos hacia él se fortalecieron, como una liana Hatuu de los bosques frondosos de Yavin, con la que alguna vez probó su destreza, fuerza y velocidad en un agotador entrenamiento con Maota.


Sentía cosas profundas por ese hombre que tuvo entre sus brazos esa noche. Sin embargo, ambos debían aceptar lo que había que hacer, o ella decidiría por los dos, por el futuro. Decir adiós a los besos a escondidas, a los roces indiscretos y a dejarlo entrar a su habitación o a este refugio alquilado para ser libres en las noches sería casi insoportable, pero lo haría.


No continuaría con esta locura. Habían elegido las sendas del Jedi, y debían apegarse, por primera vez en años, a sus deberes, dejando atrás sus sentimientos más profundos para servir a la galaxia. Esto la llevó a recordar la decisión que Stellan tomó años atrás, un golpe duro para ella en ese entonces, pero que ahora le parecía sensata. Tal vez ella tendría que ser quien rompiera el corazón de Elzar, y eso la destrozaba.


A pesar de tantas razones, temía flaquear. Estaba segura de su egoísmo, pero cuando estaban juntos, toda culpa quedaba dormida, mientras la pasión escribía momentos secretos, tan palpables como la Fuerza misma, música para su corazón y fuego para su alma.


Se sorprendió al descubrir esas palabras en su vocabulario, preguntándose si lo que hacían era digno de un ser oscuro. Sabía que no; ¿cómo algo que la hacía sentir viva podía ser oscuridad? Sin embargo, estaba decidida a dejarlo atrás, aunque no tenía certeza sobre los sentimientos de Elzar respecto a la separación. Intuía que sería duro, que él resistiría, y solo esperaba que este final no le impidiera avanzar. Elzar siempre había sido un sentimental.


Lo contempló en la tenue luz de la noche. Parecía inmóvil, en paz, quizás agotado, lo que la hizo sonrojar. En ese instante, se dio cuenta de que se había conectado con él, con sus pensamientos más profundos. Allí, Elzar revivía los momentos en que ella estaba entre sus brazos, cubriendo cada centímetro de su cuello, boca y cuerpo con cálidos besos, mientras se movían entre las sábanas al unísono, como si hubieran nacido para expresarse en ese mar de telas que cubría su humanidad. Felices, las pequeñas caricias la hacían reír, los besos la encendían. Ella mordía sus labios, dejando que la melodía de sus pensamientos la invadiera. ¿Podría dejar esto atrás? No lo sabía…


Capítulo II: Enamorándome de ti


Para Elzar, Avar fue un halo de luz resplandeciente desde el primer momento en que la vio, cuando, siendo niños, dejaron sus hogares para aprender el camino de la Fuerza. Ella lo hacía por tradición familiar; él, aún no lo comprendía o no lo recordaba, solo sabía que, como muchos, estaba allí desde muy pequeño. La Orden Jedi se convirtió en su hogar, y sus compañeros, en sus hermanos.


Esa niña de sonrisa cálida, que siempre lo animaba a no rendirse, se había transformado en una mujer capaz de decirle tanto con una sola mirada. Elzar era un libro abierto, incapaz de esconder nada ante la única que se reía de sus bromas y, más aún, de su sarcasmo. Junto a Stellan, Avar lo seguía en todas sus aventuras. A veces, por las noches, se escapaban a comer pasteles en su lugar favorito, regresando llenos de migas y sonriendo.


Los tres se convirtieron en una constante, como si fueran una familia de verdad o una constelación en el mismo firmamento. Eran inseparables, y su amistad era conocida por todos en la Orden. Nadie podía mencionar a uno sin incluir a los otros en la misma oración.


Con los años, a pesar de su inexperiencia, Elzar se dio cuenta de que sus sentimientos por Avar eran distintos a la hermandad que sentía por Stellan. Podía pasar horas contemplando su rostro; el tiempo parecía detenerse cuando ella sonreía, y sus cabellos dorados iluminaban cada lugar donde estaba. Su mente creaba fantasías sobre ella, y no podía evitarlo. Quizás era un niño con una enorme imaginación, pero esas vivencias eran tan palpables como el océano que sentía en su interior cuando buscaba la Fuerza y ella lo llamaba. Stellan era su hermano, pero Avar... ella lo era todo. Inevitablemente, se había enamorado.


Amaba escuchar su voz, verla cada mañana, combatir a su lado, charlar sobre trucos de ataque o defensa, sables de luz o naves. Avar era muy conocedora de la cultura y la filosofía galáctica, y eso lo fascinaba. Dialogaban sobre la Fuerza y cómo la experimentaban. Para Avar, era una melodía que cambiaba según la situación: armoniosa o caótica cuando estaba en problemas. Para él, era un vasto océano, a veces calmo, otras huracanado.


Apreciaba estudiar los antiguos textos Jedi y asistir a clases con los maestros solo para pasar más tiempo con ella, incluso cuando Avar hablaba de Stellan y pedía consejos de conquista, aunque eso le partiera el corazón. La adoraba tanto que le permitía expresar su desamor. Cuando se separaban por alguna misión, la extrañaba y contaba las horas para su regreso.

Por mucho tiempo, se desanimó y temió que Stellan le correspondiera. Se preguntaba qué pasaría si eso ocurriera: ¿seguirían siendo los tres inseparables, o un corazón destrozado lo llevaría a buscar la misión más lejana para evitar verlos?


Necesitaba confesar pronto lo que sentía, ser franco sobre su amor por ella. Pero temía alejarla o perderla para siempre. Así que decidió esperar, sin entender del todo el porqué, aunque prefirió creer que era lo mejor para ambos, pues eran tan jóvenes.

Capítulo III: Misión de Rescate en Ryloth


Ryloth era un planeta peculiar: un lado, conocido como el “Lado Brillante”, estaba expuesto constantemente al sol, creando un desierto abrasador; el otro, el “Lado Oscuro”, permanecía en penumbras, con temperaturas gélidas. Entre ambos extremos, la “Zona Crepuscular” formaba una franja habitable donde los twi’leks, en su mayoria, construían sus asentamientos. Allí aterrizó el crucero estelar Longbeam, con el equipo de expedición liderado por el maestro Cherff Maota, del que formaban parte Avar, Orla y Emerick. La nave detuvo sus motores, y los Jedi descendieron con rapidez, recibidos por el maestro Jorin Mestre, un Jedi twi’lek que administraba la cámara de meditación en ese singular planeta.


Avar observó la majestuosa edificación en las rocas con asombro, como cuando, siendo padawan, veía a los maestros de Coruscant levitar objetos pequeños. Orla, con una sonrisa, puso su mano en el mentón de Avar y lo cerró.


—No digas que no te asombra ver algo así — contestó Avar, mientras quitaba la mano de Orla de su mentón.

—Pues, sí, pero... —respondió Orla.

—Olvídalo, Avar, solo te está molestando —intervino Emerick.

—Padawans, este es el maestro Jorin, quien solicitó nuestra ayuda —presentó Maota.

—Bienvenidos, maestro Maota y padawans a Ryloth. Hace tiempo que no lo veía. Parece que están ocupados en el centro galáctico. ¿Trajo las provisiones solicitadas? —preguntó Jorin.

—Mmmrrrr —respondió Maota, molesto.

—No quería incomodar, solo aproveché su llegada, ya que hace tiempo las esperamos —se disculpó Jorin.

—He traído lo solicitado, está en la nave. Pero antes, dígameeee... ¿A dónde va? —preguntó Maota, viendo a Jorin alejarse.

—A buscar al maestro Zev Orlanis y a su padawan Kael Syndar, que están de visita. Me ayudarán a guardar las provisiones —respondió Jorin, alejándose—. ¡Gracias! ¡Que la Fuerza los acompañe!


Maota miró a Jorin con fastidio. Avar, que lo conocía bien por ser su padawan, sabía que no le había hecho gracia la actitud del twi’lek.


—Avar, Emerick, Orla, vengan. Les hablaré de la misión —dijo Maota—. Avar, tú ya sabes algo, pero quiero poner al tanto a los demás. Nos adentraremos en la Zona Brillante. Allí, en las cuevas, hay un pequeño poblado que vive de la minería, extrayendo especia ryll, algo que se comercializa y suele traer problemas.

—Esclavitud, maestro —dijo Emerick.

—Exacto, esclavitud causada por esclavistas, los cuales piensan en el mineral y no en los seres vivos. El asentamiento fue tomado por malvivientes que hacen trabajar a las personas de sol a sol y se llevaron a un grupo de niños y jóvenes a una mina lejana para extraer ryll en cuevas subterráneas estrechas.


El maestro Jorin se enteró del problema cuando una joven madre, Lirien Thalor, y su hijo pequeño, ambos lastimados, desnutridos y agotados, cayeron al intentar arrancar una raíz de cueva, una planta tuberculosa, carnosa y nutritiva, rica en agua, con un sabor terroso a hierba, cultivada con técnicas hidropónicas ancestrales. Jorin no solo sabía cultivar estas raíces, sino transformarlas en pasteles, sopas, sándwiches o incluso licor, y usar sus cáscaras para suelas de zapatos.


Lirien y su hijo fueron curados por el maestro Orlanis y alimentados por su padawan. Cuando se recuperaron, Lirien dio testimonio de lo sucedido. Jorin llamó a Coruscant pidiendo ayuda, y la respuesta fue más rápida de lo esperado. También solicitó provisiones. El niño y su madre quedaron bajo la protección del clan gobernante de Lessu hasta resolver el problema.


El líder de Lessu, Zorath Vyn, había renovado convenios con la República y enviado un contingente de guerreros para expulsar a los Zannistas, una facción cruel liderada por el cazarecompensas Korr Vaxx, que esclavizaba al clan para extraer ryll y crear alucinógenos vendidos en ciudades como Coruscant, Nar Shaddaa, Hosnian Prime y Corellia. Sin embargo, los guerreros regresaron sin éxito, perdiendo incluso al hermano de Vyn. Por eso, el llamado llegó a Coruscant, aunque sin el consentimiento del gobernante.


Para tranquilizar a los padawans, Maota les explicó la problemática y aseguró que confiaba en sus capacidades, por lo que solo trajo un pequeño contingente. Los padawans, al principio asustados, escucharon en silencio los detalles del conflicto y el plan para salvar al clan.


Los dos grupos se prepararon para infiltrarse en las cuevas cerca de Nabat, donde el clan estaba atrapado en una mina controlada por los Zannistas. Avanzaron a pie por túneles subterráneos iluminados por musgo luminoso para evitar ser detectados. El grupo de Maota, con Avar y Jorin, tomaría un túnel secundario a la derecha para enfrentarlos. El grupo de Zev Orlanis, con Orla y Emerick, optó por un conducto de ventilación más estrecho pero menos vigilado, para ser el factor sorpresa.


La entrada principal, custodiada por centinelas y sensores, era demasiado arriesgada. No querían causar más dolor a un pueblo oprimido por la codicia del ryll. El objetivo de Orlanis era guiar a los rehenes a la salida, mientras el grupo de Maota abatía a los captores. Cuando el grupo de Orla lograra el primer objetivo, regresaría por un túnel secreto que Lirien había usado para escapar, hasta Kala’uun, donde el Longbeam, piloteado por Syndar, los esperaba para evacuarlos. El éxito dependía del sigilo, la Fuerza y la voluntad de no dejar a nadie atrás.


Todos se dirigieron a Kala’uun en la nave, donde se separaron en sus grupos, salvo Syndar, que permaneció en el Longbeam. El joven padawan vio partir a los demás, pero apenas les prestó atención, estupefacto por la nave. Amaba volar, lo había hecho cientos de veces en un vector, pero nunca en un Longbeam. Era una oportunidad única para demostrarle a su maestro que podía hacer grandes cosas sin equivocarse. Estaban allí porque una misión previa había fallado, donde vio morir a su mejor amigo, quien se interpuso ante el fuego de cañones láser para salvarlo. Por eso, Orlanis y él llevaban tiempo en Ryloth, meditando para conectar con la Fuerza y dejar atrás la culpa.


Maota, Avar y Jorin tomaron su camino, pero Avar sería clave para coordinar el ataque, conectándose con Orla a través de la Fuerza para recibir el visto bueno. Así, el grupo principal distraería a los Zannistas, permitiendo que el clan, que dormía según Lirien, fuera menos custodiado y liberado por el segundo grupo.


Zev, Orla y Emerick se internaron en los oscuros conductos hacia la sala principal donde se encontraba el clan prisionero. Al llegar, se ubicaron y se posicionaron para abatir a los guardias. Orla dio la orden a Avar de iniciar la segunda parte del plan.


Avar creía estar preparada para combatir sin encender su sable. Dio la señal, y los maestros quedaron en las sombras. Avanzó hacia la luz, donde seis guardias la observaron acercarse lentamente.

—¡Soy la padawan Jedi Avar Kriss! ¡Vengo a rescatar a este pueblo de sus viles manos! —declaró.

—¿Soy yo, o esta niña está loca? —dijo un zabrak alto, robusto, con la cara más enojada que Avar había visto.

—¡En nombre de la República, liberen a los esclavos, ahora! —exigió.


Los hombres rieron a carcajadas, lo que ofendió a Avar. Corrió hacia ellos, poniendo en práctica su entrenamiento cuerpo a cuerpo. Los maestros salieron cuando Avar dejó fuera de combate al primero. Varios hombres se acercaron furiosos, pero uno activó una alarma y cerró una puerta metálica. Cuando Maota y su grupo llegaron, estaba casi cerrada. A pesar de la orden de su maestro, Avar se deslizó bajo la puerta, quedando sola con al menos ciento cincuenta mafiosos armados con garrotes y cuchillos.


Mientras los maestros la miraban, Avar peleó con varios, hasta que un garrote la golpeó en la cabeza y cayó. Un hombre se acercó al cristal fortificado de la ventana y dijo:

—Abriré esta puerta, dejarán sus armas afuera, entrarán y se arrodillarán aquí, o juro que acabaré con esta mocosa que me costó varios de mis guerreros.


Maota vio cómo ataban a Avar y la arrojaban a un lado. Ella se mantenía calma, no quería que los demás supieran que el plan había fallado. La puerta se abrió, y los maestros entraron lentamente, dejando sus armas. Pero al instante, llamaron sus sables sin encenderlos y los usaron para golpear a los esclavistas. Estas nobles armas que solían estar ancladas en las manos de los Jedi, volaban por la habitación derribando a cada oponente. Avar, ya desatada, redujo a los que tenía cerca.


El líder, rodeado por sus hombres en un semicírculo defensivo, activó su comunicador y pidió refuerzos. Los guardias que custodiaban al clan salieron tras la orden, dejando solo diez con los rehenes. Zev, Orla y Emerick aprovecharon el momento, cayendo desde los conductos del techo frente a los prisioneros, justo detrás de los guardias. En minutos, lograron su cometido.


Avar llegó corriendo, seguida de los maestros. Orla se asustó al verla con sangre en sus ropas Jedi. Su uniforme estaba sucio, sus pantalones rotos en la rodilla, con sangre. Orla, en cambio, estaba impecable, como siempre. Avar la observó y se rió; no entendía cómo conservaba todo tan perfecto tras salir de un conducto.


—Bien, maestros y padawans, excelente. Hemos concluido el primer rescate —dijo Maota—. Avar, tú irás con el clan. Necesitan atención, y tú también.


Avar bajó la cabeza en señal de respeto y obedeció. Salieron por la entrada principal de la mina. Maota, Zev, Jorin, Emerick y Orla marcharon hacia la próxima misión. Avar guiaba al grupo rescatado, entendiendo que la orden de su maestro no era un castigo, sino una responsabilidad para mantenerlos a salvo.


Orla estaba preocupada por Avar, pero continuó, sin saber cuántos más esclavizaban a niños en las minas subterráneas. Al llegar a la nave, Syndar observó que Avar sangraba y le ofreció una venda y medicamento.


—Deja que te ayude con esa herida —dijo Syndar.

—No, estoy bien. Ayúdalos. Muchos tienen heridas, algunas cicatrizadas, otras no. Yo atenderé este golpe y buscaré comida y bebida. Maota me pidió que compartiera nuestras provisiones —respondió Avar.

—Gran plan. Seguro hay más alimentos en la cámara —dijo Syndar.

—Genial. Bueno, tenemos nuevas misiones —añadió Avar.

—Sí, iré a curar a los heridos.

—¿Tu maestro es sanador, verdad? —preguntó Avar, antes de que el se marchara.

—Podría decirse que sí. Fue clave en nuestra última misión; si no, no estaría aquí. Dice que la Fuerza fluye en sus manos y, al abrir los ojos, las heridas se desvanecen, al menos las físicas. Por eso estoy aquí, para sanar otras heridas. No es fácil ser sobreviviente.

—Eres valiente y estás ayudando a los demás, eso es digno de un Jedi. No sé qué les pasó, pero tu música es de esperanza, y eso me ayudó a seguir, aunque mis ojos se cerraban. Aquí estamos, ahora ayudemos a que ellos estén mejor —dijo Avar.


Se pusieron manos a la obra mientras los demás Jedi llegaron a las cuevas subterráneas. Descendieron lentamente, sintiendo las débiles energías de los niños. Orla notó su agotamiento. Se dividieron nuevamente: Maota, Zev y Jorin se colocaron frente a los niños heridos, mientras Orla y Emerick los calmaban, asegurándoles que eran Jedi y estaban allí para ayudar.


Los padawans reunieron a los niños en una esquina y se pusieron al frente para protegerlos. Los maestros combatieron, pero la resistencia fue poca; la mayoría de los Zannistas habían caído en la mina anterior. Sin embargo, Korr Vaxx, su líder, no estaba. 


Volvieron a la nave con los rehenes a salvo y dos cuerpos pequeños envueltos en sus túnicas Jedi, que no podían dejar atrás en brazos de Emerick y Mestre.


En todo el trayecto Caphtor buscó fuerzas para continuar caminando, al sentir que sus brazos se congelaban y parecian más pesados que nunca. La muerte se había convertido en una realidad y él la cargaba.


El maestro Maota, se acercó y  tomó al segundo al mando por el cuello y exigió:


—¡Dime dónde está Vaxx!

—No te diré nada, brujo espacial. Estos labios están sellados —respondió el twi’lek.

Maota movió sus manos lentamente y repitió, más calmado:

—¿Dónde está Vaxx? —Un sonido extraño resonó, y Avar lo percibió como si viniera de ella misma.

—Vaxx no está aquí —respondió el twi’lek, bajo la influencia de la Fuerza.

—¿Dónde está? —insistió Maota.

—Vaxx está con mi hermano, Zorath Vyn, en Lessu —confesó.


El silencio cayó sobre todos. El gobernante de Ryloth estaba involucrado en este plan macabro. Ya no era solo rescatar mineros o traer provisiones; tenía un tinte político. Debían llevar el problema a la capital para que la República actuara.


El grupo llamó al Consejo Jedi para informar y pedir ayuda. Solos no podían; era una misión demasiado grande. Minutos después, seres armados los apuntaron. El Longbeam despegó con los niños, algunas madres, Syndar, Orla y Maota. Los demás pelearon para que escaparan, pero al ver la nave alejarse, levantaron las manos en rendición. Eran demasiados; por cada enemigo que caía, cinco más se sumaban.


Capítulo IV: Fuera de Coruscant


Coruscant, la enorme jaula de cristal, estaba más ruidosa que nunca. Millones de naves, personas y droides iban y venían, dejando un rastro de contaminación sonora. Elzar no entendía cómo Avar podía acostumbrarse a tanto bullicio. Ella sentía la Fuerza como una melodía; él, como un vasto océano, a veces feroz e implacable, otras pacífico y armonioso, especialmente cuando estaba con los seres que más quería: su amada Avar y su hermano y mejor amigo, Stellan.


En el Consejo Jedi, Yarael Poof, Oppo Rancisis, Yaddle, Jora Malli y Rana Kant se reunieron y convocaron al maestro Roland Quarry para asignarle una misión junto a Kant. El rescate en Ryloth no había salido como esperaban: algunos escaparon en el Longbeam, pero los maestros Zev Orlanis, Jorin Mestre y los padawans Avar Kriss y Emerick Caphtor fueron capturados por el clan Vaxx y los mercenarios Zannistas.


En la sala de entrenamiento, Elzar y Stellan charlaban.

—Amigo, ¿Avar estará bien? Hace días que se fue a esa misión y no sabemos nada de ella —preguntó Elzar.

—No lo sé, Elzar, pero lo siento. Espero que sí. Aún percibo su abrumadora presencia en la galaxia —respondió Stellan, y ambos sonrieron.

—Es cierto, y está con Orla y Emerick. Seguro estarán bien —añadió Elzar.


A lo lejos, escucharon pasos. Voltearon y vieron a los maestros Roland Quarry y Rana Kant acercándose.

—Padawans, tienen unos minutos para alistarse. Nos vamos a Ryloth para respaldar la misión del maestro Maota —anunció Quarry.

—¿Ha pasado algo, maestro Kant? —preguntó Stellan, afligido.


Los maestros esperaban que Elzar fuera el primero en hablar, dado su vínculo con Avar, pero este se quedó inmóvil, como un skulktail —un animal mediano, robusto, peludo, de cabeza cónica, hocico puntiagudo y orejas redondeadas— temiendo por su vida. Stellan, al verlo, lo tomó de los hombros.

—Elzar, debemos movernos. Avar puede estar en peligro.


Elzar dejó caer una lágrima, se abofeteó y corrió a su habitación sin decir palabra para buscar sus pertenencias. Cuando Stellan apenas entró a la suya, Elzar ya estaba con los maestros en el hangar, listo para partir y salvar a Avar.


Mann se acercó a Quarry. —¿Estoy listo, maestro. Están bien?

Kant respondió en su lugar. —La misión fue más complicada de lo previsto. Debemos salir con naves de la República para resolver un problema mayor.

—Llegó un mensaje encriptado del Longbeam de Maota… —comenzó Quarry.

—Maestro, perdón por interrumpir. ¿Avar…? —preguntó Elzar, temeroso.

—Estará bien si nos damos prisa, padawan —dijo Kant con fastidio.

—Iré por Stellan —respondió Elzar.

Stellan llegó corriendo, con su sable en la cintura y otro en la mano.

—¡Elzar, en qué estabas pensando! ¿Ibas a marcharte sin tu sable de luz? Sabes que son extensiones de nuestro ser —reprendió Stellan.

—Lo siento, se me cayó al correr —dijo Mann, avergonzado, tomando el sable.

—Aún no saldremos. Debemos esperar la orden y coordinar con los demás para establecer las coordenadas —explicó Quarry.


Minutos después, salieron de Coruscant. Al cruzar el hiperespacio, Elzar comprendió algo: Stellan amaba la serenidad de ese lugar, y la imagen de la ciudad tan luminosa, reflejada en la oscuridad de la noche eran impactante. Seguro Avar había creado una melodía ante tanta belleza.

Tenía que salvarla. Sentía que su maestro no había sido completamente sincero sobre lo sucedido y que Avar estaba en peligro.


En las cárceles de Ryloth, Avar, Emerick, Orlanis y Jorin estaban con los pocos mineros que quedaban. Avar no se sentía bien; su cabeza y rodilla dolían, pero mantenía la calma. Se sentó en un rincón y meditó para sanar sus heridas. Los demás planeaban un escape, observando los movimientos de los guardias.


Un hombre se acercó a las rejas y pidió al maestro Jorin que lo acompañara. Era Regra Vyn, hermano del líder de Lessu.

—Mi hermano quiere verte, brujo —dijo Regra.

—No queda otra —respondió Jorin, pidiendo calma a los demás.


Caminaron por un pasillo hasta unas escaleras y llegaron a un salón enorme, luego a otro aún más grande. Allí estaba Zorath Vyn, mirándolo con desprecio.


—Te traje al brujo, hermano —dijo Regra.

—Gracias, puedes irte.— Necesito hablar con el Jedi —respondió Zorath.

—¿Conmigo? No tienes nada que hablar—replicó Jorin.

—Quiero saber si contactaron con Coruscant antes de que bloqueáramos las comunicaciones.

—Obviamente, pronto tendrás a la República aquí —respondió Jorin.— Quien tenía las manos atadas detrás. 


Zorath, hizo una señal con la cabeza y dos hombres se acercaron, para apretar un gatillo, el cual lanzaba un cable que se pegó en la espalda del maestro y lo electrocutó hasta dejarlo tirado en el piso. Lo levantaron con brusquedad dejándolo parado frente a su enemigo y en ese momento, Vyn lo hirió gravemente en el corazón con un vibrocuchillo mandaloriano, ganado hace tiempo en una partida de Sabacc. Jorin miró a su agresor con temor, al no poder poner sus manos en el pecho, como un último intento de parar el sangrado y cayó sin vida.


Zorath ordenó acabar con los prisioneros. Sabía que no había vuelta atrás; la República estaba en camino. Debía deshacerse de quienes arruinaron sus planes y escapar con los créditos del tesoro de Lessu y la venta de ryll.


Las naves republicanas y Jedi invadieron el espacio de Ryloth, enfrentando resistencia. Los escudos minimizaron los impactos, pero debían eliminar las torretas. Los vectores salieron de los Longbeams, logrando el alto al fuego para que las naves aterrizaran.


Elzar y Quarry saltaron de la nave y corrieron al edificio de gobierno, seguidos por Stellan, Kant y veinte Jedi. Al entrar, enfrentaron disparos. Los Jedi usaron sus sables para repeler los ataques y se dividieron: unos bajaron a la prisión, otros fueron a la sala principal, donde había guardias de Lessu y Zannistas.


Stellan y Kant, con soldados y Jedi, combatieron sin cuartel. Stellan vio a un Jedi muerto con una herida en el pecho, aún sangrando. Cerca, del cuerpo, un twi’lek fornido tomó un sable de luz de una caja y comenzó a pelear. Stellan reconoció el sable de Avar y temió lo peor, pero sintió que estaba viva. Elzar iría por ella.


Quarry, Elzar y los demás llegaron a la prisión. Avar, Emerick y Orlanis habían reducido a los guardias que intentaban matarlos, pero estaban atrapados por un grupo que los apuntaba desde afuera, como si hubisen sido condenados a muerte y un pelotón de fusilamiento debiera cumplir la orden. Elzar combatió para salvarla. Avar lo miró entre lágrimas, sabiendo que estuvo a punto de morir, temiendo por ella, los mineros y Stellan, a quien sentía cerca.


Stellan chocó su sable contra el de Avar, sostenido por Zorath, quien, aunque inexperto, peleaba bien. El ruido de los sables resonaba en los oídos de Stellan, junto a su corazón desbocado. Respiró profundo para calmarse. Zorath lo embestía, y Stellan retrocedía, agotado. Fue herido en el brazo derecho y cayó por unos escalones. Cuando Zorath fue tras él, Kant lanzó su sable, golpeó la mano del twi’lek, haciéndolo soltar el arma y al ver que iba a desenfundar el blaster para asesinar a su padawan; el maestro lo decapitó.


Kant levantó a Stellan.

—Gracias, maestro, salvaste mi vida —dijo Stellan.

En ese momento, Avar, Elzar, Zev y los rehenes llegaron. Stellan corrió hacia ellos, y los tres se abrazaron, felices de estar a salvo. Sus corazones latieron al unísono, creando una melodía esperanzadora en la Fuerza.


Más tarde, todo parecía volver a la normalidad, salvo por un conflicto: la República dejó a Xylo Faelan como interventor en Ryloth hasta elegir un nuevo líder. Los Jedi, aunque querían regresar a Coruscant, se quedaron un día más para rendir respeto a las víctimas, incluido a su compañero de la orden, Jorin Mestre.


Los twi’leks creen en espíritus ancestrales que habitan cuevas y montañas, viendo las dos lunas como guardianas de sus almas. Los fallecidos viajan a las lunas para vigilar a los vivos. Tras cánticos y bailes, entierran a los muertos en cuevas sagradas. Para los Jedi, fue desgarrador, especialmente para Emerick, quien cubrió a un niño con su túnica. Ver a su madre desconsolada lo quebraba. Orla lo abrazó, Avar le tomó la mano, Elzar y Stellan pusieron las manos en su hombro. El dolor se desvanecía lentamente.


Syndar y su maestro parecían más fuertes que antes. Esta experiencia y su nuevas responsabilidades los habían fortalecido.


Antes de subir a la nave, Avar se despidió de Syndar, quien se quedaría con Zev para resguardar los clanes y la cámara de meditación.

—Temo que debo irme —dijo Avar con pena.

—Sí, eso parece. Con mi maestro cuidaremos lo que Jorin tanto protegió, pero con provisiones —respondió Syndar.

Avar sonrió. —Tras la valentía de Jorin, las provisiones llegarán rápido.

—Si no, tenemos esos tubérculos raros que calman el hambre —bromeó Syndar.

—Cierto. Cuídate, Syn.

—Lo haré, Avar. ¿Puedo darte un abrazo?

—¡Por supuesto!


Syndar la abrazó con timidez, y ella le dio un beso suave en la mejilla antes de correr con sus constelaciones y volver a casa.


Capítulo V: La verdad es una bofetada


Tiempo después…


Avar estaba nerviosa, pero decidida a hablar con Stellan ese día. Quería aprovechar que él había terminado su jornada de entrenamiento y estaría meditando a solas en la sala de las mil fuentes. Ingresó por las majestuosas puertas que daban paso al enorme invernadero, recorrió un largo camino de piedra entre la flora y se dirigió hacia las cascadas, donde a Stellan le gustaba meditar. Siempre le sorprendía, pues el agua era un elemento con el que quizás se identificaba Elzar, pero Stellan parecía sentirse a gusto con la inmensidad de la galaxia.


Se aproximó con sutileza, intentando sorprenderlo, pero cuando estaba a pocos pasos, oyó su voz y la de alguien más, alguien familiar: Orla Jareni. Se preguntó por qué estaría allí con él. No era de las personas que disfrutaban escuchar conversaciones ajenas, pero se quedó.


—Me encanta la relación que tienen ustedes tres, son inseparables —dijo Orla con énfasis.

—¿Te refieres a Avar, Elzar y yo? —preguntó Stellan.

—Sí, quién podría hablar de uno sin mencionar a los otros —sonrió la umbarana.

Stellan esbozó una leve sonrisa, algo nervioso. Orla, conocida por hablar sin rodeos, parecía anticipar cómo continuaría la conversación.

—Sabes, me preocupa Avar. Sé que tu principal objetivo es ser maestro algún día, y en estos años que eres padawan de Rana Kant, eso será posible. Tu maestro sacará lo mejor de ti y lo potenciará al máximo.

—¿Por qué te preocupas por ella? —preguntó Stellan, intrigado.

—Piensa, observa cómo actúa contigo últimamente.

—Mira, yo... quiero a Avar y a Elzar, son mis amigos. Sé que todos queremos lo mismo: ser Jedi. El camino del Jedi exige dedicar todo el tiempo y esfuerzo. Esa es mi prioridad: la Fuerza, la Orden.

—La Fuerza está en todos nosotros, Stellan. No se irá a ningún lado por más que expreses amor por alguien más. ¿Por qué nos mentimos a nosotros mismos?

—No nos mentimos, Orla. Elegimos, y yo elijo la Orden, la Fuerza, y hacer todo lo posible para ser un buen maestro. Quiero transmitir lo que he aprendido a mi propio padawan, servir a la galaxia a tiempo completo, por supuesto, con Avar y Elzar a mi lado, como maestros y amigos. Eso es todo lo que necesito ahora.


Lo dijo con seguridad, pero con un dejo de dolor, al pensar que quizás Orla tenía razón sobre Avar. No quería lastimarla, pero sabía cuál era su camino. Entonces, sintió su presencia y consideró que era lo mejor, hablar de esto. Los tres tenían un objetivo que cumplir, y el amor era egoísmo, apego, algo que no los distraería de su meta ni los llevaría al lado oscuro.


Avar tapó su boca con la mano derecha para no pronunciar palabra ni dejar que sus lágrimas fueran más que agua cristalina cayendo por sus mejillas. Se movió con lentitud para no ser descubierta y, al alejarse, corrió hacia la puerta por donde salió a toda prisa. Lo único que se le ocurrió fue buscar a Elzar.


Orla se marchó minutos después, decepcionada no solo por las palabras de Stellan, sino porque sabía que alguien había salido lastimado. La Orden tenía reglas, lo entendía, aunque no las compartía del todo. Esas reglas convertían a sus compañeros en seres inanimados. ¿Cómo podrían sentir la Fuerza en toda su dimensión si negaban sus propios sentimientos?


Creía que sentir cariño, amor o compasión por los demás los hacía más cercanos a la Fuerza, pero si se negaba, era un obstáculo. Creía en la luz y en la vida, pero muchos no se sentían vivos.

Stellan intentó tranquilizarse tras ese evento caótico. Las palabras de Orla lo dejaron pensando, pero era momento de dejarlo atrás, aunque sentía un dolor inmenso. Se sentó, cruzó las piernas y comenzó a meditar, buscando calma en la Fuerza, que siempre estaba allí para él.


Avar buscó consuelo en Elzar. Lo encontró en un bosque poco frondoso que usaba para meditar. Llegó por detrás y lo abrazó con fuerza, apoyando la cabeza en su espalda. Eso lo hizo sentir el ser más afortunado de la galaxia: tenerla tan cerca, sentir el olor de su piel. Entendió que estaba vulnerable, frágil y angustiada.


No preguntó nada, solo la dejó estar. Avar se recostó a su lado, apoyando su cabellera rubia en sus piernas, dejando que el sol secara sus lágrimas. Permanecieron en un tenso silencio durante varios minutos.


Elzar acarició sus cabellos, aunque deseaba besar sus labios y expresarle cuánto la quería. Sentía confusión: quería retar a duelo a su mejor amigo, a quien presentía culpable, y a la vez, una dicha pura por ese momento. Ese desamor quizás le daría la oportunidad de ocupar su corazón y sanar sus heridas.


Aun así, solo se quedó junto a ella. Finalmente, Avar se levantó y se marchó sin decir palabra por donde había llegado. Elzar la observó, imaginando ser valiente, detenerla, tomarla de un brazo, girarla y besarla con la devoción y pasión que un joven sentía por una mujer tan hermosa y especial.


Capítulo VI: La verdad puede ser una caricia


En los días siguientes, la relación entre los tres era distante. Con el paso de los meses, entre entrenamientos, pruebas y pequeñas misiones con sus respectivos maestros, todo mejoró, salvo cuando Elzar veía a Avar mirar a Stellan con un dolor que no terminaba de entender. Ella estaba triste, apagada, a veces fría. Él solo quería verlos bien a ambos, pero, sobre todo, recuperar la tierna y abrasadora sonrisa que su amiga había tenido alguna vez.


Un cálido día de verano, durante una excursión de entrenamiento en los Montes Thycor para probar resistencia, trabajo en equipo y habilidades en la Fuerza, Elzar y Avar fueron asignados como grupo. Decidieron llamarse “La Unión de los Kyber”, lo que hizo reír mucho a Avar.


Comenzaron a escalar sincronizados, aunque la prueba era difícil debido a los vientos inestables, más intensos en la altura, y a los peligrosos parásitos voladores, similares a mynocks, pero más grandes y aterradores. En un momento de distracción, Elzar, embelesado por los ojos azules de la joven que amaba, se apoyó en una roca inestable. Cayeron varios metros hasta que Avar logró sujetarse nuevamente a la soga que los sostenía.


Elzar recibió la peor parte. Avar hizo un esfuerzo titánico para subirlo y encontrar un refugio donde revisar sus heridas. Ella solo tenía moretones, pequeños rasguños y quemaduras en las manos por la soga. Él, en cambio, sufrió una perforación en el hombro izquierdo que sangraba abundantemente, impidiéndole seguir escalando. No irían a ninguna parte; todo dependía de ella.


No tenían comunicadores, pero confiaban en que pronto los rescatarían. Avar se quedó a su lado, sacó de su bolso un medicamento casero hecho de savia de arbusto gímer, hongos de alazhi molidos, comaren y kolto. Para calmar el dolor y detener el sangrado, rompió parte de su túnica, usando la tela como venda improvisada, ajustándola con fuerza a la herida.


Elzar se sintió profundamente avergonzado por su torpeza, pero allí estaba ella, cuidándolo. Avar se sentó a su lado y le dijo:

—¿Recuerdas cuando me dejaste apoyar la cabeza en tu regazo?

—Sï —respondió él tenuemente.

—Ven aquí —dijo, dejando que apoyara la cabeza en sus piernas mientras iniciaban un trance de meditación para curarse.


Elzar no estaba del todo concentrado, embriagado por su belleza. El rostro de Avar brillaba bajo el sol, sus ojos más claros que nunca, sus labios pequeños y definidos lo hacían querer pasar el resto de su vida allí. Avar, confiada en que estarían bien, percibía su canción, pero algo profundo en la mirada de Elzar, la desorientaba, algo que no podía explicar.


Pasaron unos minutos, y sintieron una presencia conocida. Era Stellan, acompañado por Emerick Caphtor. Quizás Avar lo había llamado con su mente; tenía una habilidad impresionante, como un comunicador espacial de larga distancia, conectándolos sin importar la lejanía.


—Vimos lo que pasó —dijo Emerick—. Stellan y yo dimos aviso a los maestros.

—Una nave los rescatará pronto —aseguró Stellan.


Elzar se sintió aún más avergonzado al salir del trance. Stellan y Emerick parecían haberse percatado de su imprudencia. Intentó levantarse, pero falló, mientras Avar sentía timidez por cómo los encontraron, tan cerca uno del otro.


Ese día fue para el olvido, salvo por el consuelo de Avar. En esos minutos de trance, Elzar se conectó con ella como nunca antes, un momento que atesoraría.


Gracias a las estrellas, Avar estaba bien. Él, en cambio, tuvo su merecido: un corte profundo que lo mantenía aislado. Más tarde ese día, ya en la sala de curación, pensó que los comentarios en la Orden durarían días, viéndolo como el tonto que casi mató a su compañera. Creía que no recibiría visitas, hasta que Avar entró por la ventana, como siempre encontrando la manera de llegar a él.


—¿Quería saber si estás bien? —preguntó.

—Terriblemente avergonzado —quiso decir, pero respondió—: Bien, gracias a ti. Me salvaste.

—No tienes nada que agradecer. Tú siempre has estado ahí para ayudarme, o no recuerdas la misión de Ryloth. Te vi pelear por mí, sin no hubieses llegado, yo... Estaría muerta.

—Para eso están los… —Elzar no terminó.

—¿Amigos? ¿Eso ibas a decir? —susurró Avar.

—Algo como eso —murmuró, confundido.


Ella notó la tristeza en su voz. —¿Qué pasa, Elzar? Tu canción es triste. ¿Yo la causé?


Su cuerpo se congeló como los hielos de Pagodon. —No, Avar, tú jamás podrías hacerme sentir tristeza. Eres mi fuente de alegría —dijo, arrepintiéndose al instante.


Avar se asombró. Su canción revelaba sentimientos profundos, cálidos, apasionados. Lo había sentido desde hacía tiempo. No estaba molesta, ni invadida; él había sido su apoyo, escuchándola, calmándola, siempre presente. Entendió que Elzar estaba enamorado de ella, que no la veía como amiga desde hacía mucho. Tomó sus manos, lo miró a los ojos, pero lo soltó, dejándolo en un abismo de incertidumbre.


—Hasta pronto, Elzar —dijo, besando su mejilla.

—Te veré mañana —respondió con dolor, sin entender.


Avar se marchó antes de que un droide médico lo revisara. En la noche, repuesto físicamente, llegó a su habitación, pero su espíritu estaba destrozado. Decidió ser valiente y confesarle su amor.

Esa noche, aprovechó el silencio para acercarse a la habitación de Avar, caminando lentamente, repitiendo: —Avar, sé que quizás no sientas amor por mí como yo por ti, pero quiero que entiendas que estoy enamorado... Avar Kriss, te amo…


Ella lo sorprendió abrazándolo por la espalda, conteniendo todo ese amor. Él se sintió a salvo. Avar se puso frente a él, apoyó la cabeza en su pecho. Elzar tomó su rostro, acercó sus labios, y aunque ella parecía nerviosa, lo dejó continuar.


La besó despacio, luego con pasión, descargando años de imaginación. La frescura de su boca era intensa y dulce. Avar respondió, con inexperiencia, olvidando el miedo a ser descubiertos. Era su primer beso, y querían dar lo mejor.


Los besos se repitieron semanas y meses. Salían de entrenamientos buscando lugares solitarios en el templo, cuya enormidad les ofrecía refugios. Sus miradas eran intensas; incluso Orla, a veces descarada por Sskeer, se sonrojaba. Ante Stellan, Avar prefería parecer la misma, y Elzar no lo cuestionaba, no quería discutir ni acabar la relación. Debía durar hasta que fueran caballeros Jedi.


Dos semanas atrás, tras misiones que los separaron, se prometieron ser felices juntos hasta sus pruebas Jedi. Elzar anhelaba ser caballero, pero si eso significaba dejarla, prefería ser padawan para siempre.


En soledad, charlaban, se abrazaban y sellaban su pacto con besos. Con el tiempo, las caricias inocentes no bastaban. Una noche, las manos de Elzar cruzaron la barrera de la túnica, rozando su ombligo y su piel suave.


Avar sintió que la canción que creaban era la más bella. Permitió que la acariciara, explorando lugares vírgenes, pero se contuvo, besándolo con fuerza y deteniendo su mano.


—No es un lugar seguro, Elzar. Alguien podría vernos —dijo agitada.

Elzar desistió, pidió disculpas y prometió no hacer nada que ella no quisiera. Pero ella también lo deseaba.


Se dieron cuenta de que comenzaban una aventura peligrosa y excitante. Encontraban momentos para besarse, acariciarse, conectándose física, mental y espiritualmente. Saber que podían ser descubiertos hacía todo más intenso.


Durante la celebración del Día de la Vida en el templo de Coruscant, cenaron, charlaron y bailaron con Stellan, sus maestros y compañeros, disfrutando de fuegos artificiales que iluminaban el cielo sin estrellas. A pesar del espectáculo, no podían dejar de mirarse. Maota los observó con el ceño fruncido.


Al darse cuenta, se distanciaron, y Elzar, intentando calmarse, bebió un licor disimulado en su botella de agua para su vestuario de campo, ridícula con su vestimenta ceremonial. Esa noche, ambos querían llevar la relación más allá, pero el templo no era el lugar. Caminaron juntos hasta las habitaciones, y Avar se despidió de Elzar y Stellan, sintiendo necesidad y amargura. Cerró la puerta, apoyándose en el frío metal. No podía dormir, tomó un baño y ordenó su cuarto ya impecable.


Elzar llegó a su habitación, sintiendo un océano chocar contra su pecho. Su moral le decía que debía quedarse, pero sus instintos querían pasar la noche con Avar. Suspiró, se arropó, bebió un sorbo de licor, se durmió, pero no de manera profunda, algo lo hacía sentir terrible. Ese miedo se expresó en una pesadilla.


Capítulo VII: Pesadilla


La joven parecía feliz entre sus pares, disfrutando por primera vez en mucho tiempo. El Día de la Vida era su momento favorito desde niña, pero ese día era especial: estaba a semanas de graduarse, y su madre la había dejado salir con la promesa de volver para ayudarla a cerrar el bar. Sin embargo, allí estaba, faltando a su palabra, en buena compañía y en el lugar donde quería estar.


Habían pasado casi dos horas más de lo permitido. Decidió regresar, sintiendo que debía tomar un droide conductor, pero había gastado hasta la última moneda en la feria y no tenía más opción que caminar. Intentó comunicarse con su madre varias veces, pero no obtuvo respuesta. Cuando finalmente la atendió, colgó; sabía que se enfadaría por no cumplir su promesa y no quería arruinar la bella noche que había pasado. 


Kavjja no era como su tía Gashi, siempre su defensora, pero aun así amaba a su madre. Esa mujer trabajaba todo el día en el bar y luego ayudaba a su tía a limpiar el hotel, esforzándose para que ella pudiera asistir a la prestigiosa Universidad de Coruscant sin que le faltara nada. Admiraba profundamente a sus “madres”.


Tomó un atajo por un callejón, pero algo en su interior le advirtió que había elegido el camino equivocado. Unas sombras se acercaron, y todo se volvió oscuridad. En el caos, el miedo y el dolor de su tragedia, supo que no volvería a casa. Pensó en su madre: Ojalá encuentres consuelo, madre mía. Luego, no sintió, pensó ni vio nada más, solo vacío y oscuridad....


Elzar se despertó abrumado, con un fuerte dolor de cabeza. No entendía qué había pasado ni quién era esa chica que le dejó tanto temor en la mente. ¿Quiénes eran esas sombras que la lastimaron hasta su último suspiro? ¿Por qué imploró por su madre? ¿Quién era ella y qué tenía que ver con él?


Se levantó de la cama, se vistió y salió de su cuarto sin saber a dónde ir. Dejó que sus pies lo guiaran hacia Avar, buscando su consuelo. Quería llorar por alguien que no había conocido.


Capítulo VIII: Quédate a mi lado


Avar vio a Elzar deambulando cerca de su habitación y lo llevó dentro tomándolo de las manos, sin dejarlo hablar. Sentía miedo, nervios y ansiedad en él, reflejados en la música que percibía a través de la Fuerza. Cuando Elzar quiso preguntar si estaba segura, Avar puso su dedo índice en sus labios, mirándolo provocativamente, haciéndole saber que estaba lista. Por primera vez, lo dejó entrar a su habitación con claras intenciones.


Se acercó con suavidad, su aliento cálido rozó el cuello de Elzar, y sus labios recorrieron su mejilla hasta posarse en su boca. La química entre ellos era palpable. Incapaz de contenerse, Elzar la tomó en sus brazos, levantándola con delicadeza, como si temiera romperla. Sus labios se unieron en un beso con pasión, conectando sus mundos mientras todo a su alrededor se desvanecía. La habitación se convirtió en un santuario donde podían liberar el amor reprimido durante tanto tiempo.


Se desvistieron con la urgencia de quienes han esperado demasiado y la torpeza de la inexperiencia. Sus miradas estaban llenas de promesas, sus besos ardían como fuego, y sus caricias cargaban el aire con la electricidad del amor.


Elzar se detuvo, embelesado por la belleza ante él. El cuerpo de Avar, esculpido por el esfuerzo diario en los entrenamientos Jedi, era una obra maestra. Sus manos, grandes y firmes, recorrieron su espalda con ternura, revelando la profundidad de su anhelo.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, sobresaltada por su cercanía.

—Comprobando que no eres un holograma —respondió con una sonrisa traviesa—. No brillas azul ni eres transparente, pero quiero descubrirte a mi manera.


La intensidad la envolvió. Sus caricias la atravesaban, y no pudo evitar acercarse, besándolo con pasión mientras murmuraba: —Quiero estar contigo, aquí y ahora.

—Lo sé —replicó Elzar, su voz cargada de intención—. ¿Sabes cuántas veces he soñado con esto? Tantas que ya no recuerdo.

—¿En serio? ¿Desde cuándo? —preguntó jadeante, sorprendida.


La pregunta lo incomodó, pero sonrió, entendiendo que ambos estaban nerviosos, abrumados por sus sentimientos. —Avar, me enamoré de ti desde que tengo memoria. Pero desearte en mis brazos… Hace dos años.


Avar lo miró con asombro, recuerdos antiguos iluminaron su mente. —Lamento no haberme dado cuenta antes —dijo con angustia.


—No lo sientas. Vivamos este momento. No puedes volver atrás, pero puedes vivir el hoy de la mejor manera. ¿Quieres? ¿Puedes? —preguntó él.

—Por supuesto. Fui yo quien te invitó a mi cama —respondió ella.

—Punto a tu favor —asintió Elzar, aliviando la tensión con humor.

—Calla y ven aquí —dijo Avar, lanzándose a la cama. Su piel desnuda brillaba bajo la tenue luz. 


Tomó las sábanas para cubrirse, dejando un espacio para él. Algo en su desnudez la avergonzaba, no por su cuerpo, ni por el de él —era perfecto para ella—, sino por la situación, una mezcla de todo en pequeñas dosis.


Elzar se acercó, hipnotizado por cada detalle de su ser. Notó que Avar lo observaba intensamente, lo que lo sonrojó. Cuando intentó capturar su mirada, ella la apartó, como en un dulce juego de escondite. Se sentó a su lado, sintiendo la calidez de sus cuerpos, vulnerables y cercanos.


Con ternura, acarició su piel, dejándose llevar. Cada toque era como un leve viento sur en un océano inmenso, iniciando un ritual de exploración. Sus labios se deslizaron por su ombligo, dejando pequeños mordiscos. El aire se volvió denso y emocional. Para Avar, esa brisa se transformó en lava, quemando todo a su paso.


Sus caricias descendieron lentamente, acercándose a un lugar cálido y atrayente. Antes de continuar, se perdió en la dulzura de sus labios, saboreando una mezcla de pasión que lo embriagaba. Avar se retorcía de placer bajo sus manos inquietas, gimiendo un sonido confuso, pero atractivo que resonaba en los oídos de Elzar.


Cada movimiento, cada suspiro, testimoniaba su conexión profunda. Tomó su cintura, posicionándola bajo él. Al mirarla, Avar demostró el deseo en sus ojos. Estaba más que lista. Kriss sintió una melodía nueva, creada por Elzar en su interior, ligera y poderosa, como si volara entre las estrellas. Su corazón ardía, y deseaba que cada encuentro con él fuera tan intenso como este. Esta es nuestra canción, pensó, entregándose al momento.


Elzar, guiado por su amor, la atrajo más cerca, sus cuerpos se movieron en armonía. La conexión los envolvía, sus corazones latieron al unísono. Avar lo sujetó, respondiendo instintivamente, perdida en la calidez de su unión. Sentía un torbellino de emociones, un placer que era nuevo y abrumador, pero que la anclaba a él.


—Quédate a mi lado —susurró Avar, con la voz entrecortada.

—Jamás te dejaría —respondió Elzar, con fervor.


Su respuesta la hizo reír, fortaleciendo su conexión. El calor los envolvía, y el amor que compartían justificaba cada instante. Continuaron, robándose besos y caricias, hasta que el cansancio los alcanzó en la tenue luz de la noche. Avar se estremeció en un último suspiro, silenciado por su mano, alcanzando un momento de unión glorioso. Sus cuerpos se relajaron, envueltos en un calor abrigador. Elzar se recostó a su lado, atrayéndola hacia él, sin querer romper el vínculo.


Culminaron la noche entre las sábanas, Avar recostada en su pecho. Despertaron juntos por primera vez, fingiendo ante la galaxia, y especialmente ante Stellan, que nada había pasado.


Capítulo IX: Decidir por los dos (Parte II)


Cuando Elzar despertó, Avar lo miraba, mordiendo su labio. Caminó con elegancia hacia él, cubierta solo por una bata que dejó caer antes de llegar a la cama. Se acomodó, ajustándose a su cuerpo como piezas de un rompecabezas. Suavemente, acercó sus labios a los de ella, la acostó a su lado y comenzó un ritual envolvente de besos, caricias y momentos intensos. Terminaron entrelazados, sudorosos, con una sensación de satisfacción teñida de nostalgia y vacío.


La noche había sido mágica, una aventura enloquecedora. Sin embargo, detrás de ese acto había un hombre desesperado, no un aspirante a caballero Jedi ni un futuro maestro, sino un hombre roto que intentaba evitar lo inevitable. Albergaba la esperanza de que Avar recapacitara sobre su acuerdo, que pudieran ser Jedi y amantes a la vez.


Hasta que Avar habló: —Elzar, debemos hablar. No pensé que sería tan difícil. Sabes, tenemos… teníamos un pacto, uno que hicimos hace años, y volvimos a sellar, aquí en nuestro departamento, una de las primeras noches en este refugio.


Sonrió, pero en su interior quería gritar, llorar, olvidar lo acordado. Elzar la miraba con tristeza, temiendo lo que vendría.


—Sé lo que prometimos, Avar, pero… —intentó decir.

—No hay peros. No lo hagas más difícil, ya es desgarrador —interrumpió ella.

—No quiero ser el villano…

—Tampoco yo. Es lo correcto, amor mío. No puedo ser quien aspiro a ser si mentimos a todos. No puedo concentrarme en convertirme en maestra si pienso en ti y en lo nuestro. No deseo esa vida para mí, ni mucho menos para ti.

—La vida que deseo, necesito y anhelo es contigo, aquí y ahora, Avar. No quiero nada más en la galaxia que ser tu pareja, vivir juntos, tal vez tener hi…

—¡BASTA! —gritó como nunca, con lágrimas en los ojos—. Cállate, por favor. Hicimos un trato. Por el amor de las estrellas y la Fuerza, si me amas, respeta tu palabra. Olvida esto. Fue hermoso, pero debemos madurar, estar a la altura de nuestros roles. Seremos caballeros en pocas semanas, y yo quiero ser maestra.

—Lo entiendo —dijo Elzar, quebrado—. Prometo dar lo mejor para respetar mi palabra. Pero quiero que sepas que siempre estarás en mi corazón. Yo… te amo. Eso no cambiará.

—Lo sé. También te amo —respondió Avar, con la voz rota—. Aunque muera por dentro, respetaré esta decisión.


Elzar sabía lo que significaba: todo había terminado. Serían maestros Jedi y mejores amigos. La historia se cerraba, dejando dos corazones rotos navegando en soledad por la galaxia, enfocados en sus deberes.


Avar se levantó, pero antes lo besó apasionadamente, como merecía una despedida. Se dio una ducha, se puso sus ropas de campo para la misión con su maestro y lo dejó allí, mirándola, esforzándose por ocultar su dolor. El vacío entre ellos se hizo infinito cuando ella dejó las llaves en el cajón de la mesa de noche, junto a la foto oculta. Caminó hacia la puerta, la abrió y lo observó una última vez. Él cubrió su rostro con las manos, incapaz de mirarla, mientras las lágrimas caían sin control.


Cerró la puerta, poniendo fin a una historia prohibida que les había dado tanto y ahora los dejaba destrozados. Ese día y todos los que vendrían serían difíciles para los dos. A pesar de la seguridad con la que Avar había salido de su hogar secreto, sentía que había tomado la decisión más triste de su vida. Elzar, supo en ese instante que todo sería más complicado sin Avar. No quería ser maestro, la quería a ella.


                                                                         FIN





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